Santa Teresa de Jesús (III)
Comedia de Lope de Vega Carpio
Santa Teresa de Jesús (III)
Comedia de Lope de Vega Carpio
Tras que un Ángel hiera a Teresa con un dardo de fuego de amor en un acto de unión divina, causando simultáneamente "pena, dolor, contento y alegría", ésta experimenta una enfermedad del corazón que la lleva al borde de la muerte. En ese momento se desarrolla un debate celestial entre la Justicia, San Miguel, un Ángel y el Demonio sobre el destino de su alma, y se decide que debe vivir para cumplir su misión de fundar una Religión que crecerá por todo el mundo. La fundación del convento presenta obstáculos terrenales, como la oposición social y los problemas de la estructura física de la casa, pero la obra culmina con la intervención de ángeles disfrazados de obreros que terminan la construcción y la entrega providencial de dinero, sellando la voluntad de Dios en el éxito de la misión de Teresa de Jesús.
Jornada tercera. Muerte y milagros de Santa Teresa de Jesús.
La Jornada Tercera de Santa Teresa de Jesús abarca los últimos viajes de la santa, el recuento de sus fundaciones, una serie de milagros cruciales y, finalmente, su gloriosa muerte en Alba de Tormes.
La escena se abre en la fértil vega de Salamanca, con Juan del Valle, cuñado de Teresa, quien alaba la ciudad como un "pozo de ciencia, fuente milagrosa". Teresa, ya conocida como Madre Teresa, responde haciendo un solemne recuento de su obra fundadora. Enumera diecisiete conventos de monjas Descalzas que ha establecido, desde Ávila hasta Burgos, y diez de frailes, afirmando que sus hijuelas, aunque "ricas de amor y de riquezas faltas", ofrecen luces bellas que causan envidia al lucero mayor del cielo. Con su misión casi cumplida, Valle la guía hacia Alba de Tormes, donde la espera Doña Juana, su hermana, y su sobrino, el niño Don Gonzalo, quien se encuentra gravemente enfermo.
Durante el camino, mientras se preparan para el viaje, ocurre un incidente que se convierte en milagro. Teresa, tratando de ayudar a su criada Petrona a cortar el cordel de la alforja, se hiere un dedo con un cuchillo. Valle, solícito, usa un pañuelo de su propiedad para atarle la herida. Inmediatamente después, son asaltados por Don Diego y su criado Leonido, disfrazados de villanos, quienes buscan vengar un antiguo agravio contra Valle. Don Diego dispara un pistoletazo a Valle. A pesar de que la carga estaba bien hecha, la bala solo rasga la ropa, deteniéndose por respeto a la sangre de Teresa que había manchado el pañuelo: "a la sangre de este medio paño, / perdigones y bala han respetado". El pañuelo, teñido con la sangre de la santa, actúa como un poderoso peto y muralla. Ante este milagro patente, Don Diego se arrepiente de su ciego rencor, declara que "no quiero enemigo / por quien Dios milagros hace", y se convierte, pidiendo perdón y prometiendo hacerse fraile. Teresa acepta su conversión, considerándolo la "piedra vos / de mi primero convento" de Descalzos.
Al llegar a Alba, son recibidos por una afligida Doña Juana, quien llora la muerte de su hijo Gonzalo. Juana se siente inconsolable y teme perder el juicio. Cuando le preguntan por el niño, Teresa de Jesús se niega a creer en la muerte. Ante el cuerpo inerte, Teresa realiza una oración de fe que es también una exigencia conyugal a Dios, recordándole su obligación como Esposo: "ved que he dado mi palabra / para que la cumpláis vos... / que el esposo está obligado / a cumplir la de la esposa". El niño, milagrosamente, revive y habla. El pequeño Gonzalo se queja amorosamente ante su tía, pues su celo le ha quitado la gloria: "muy quejoso estoy de vos... / Porque vuestro celo / me quitó el subir al cielo, / donde gozara de Dios".
A pesar de la alegría por el milagro, Teresa, sintiéndose enferma, rechaza el hospedaje en casa de su cuñado, insistiendo en que debe dormir en el convento, su "casa". Más tarde, en la soledad del claustro, Teresa medita sobre la Pasión, cargando una cruz. Recita un hermoso soneto donde se maravilla de la creación que siente la muerte de Cristo, mientras su propio pecado se anega en la sangre del Señor: "yo me alegro llorando, y me consuelo / viendo que es mar la sangre de sus venas, / y mar donde se anega mi pecado". Al sentirse débil, clama por un Cirineo.
En respuesta, se le aparece el Amor Divino con una corona de espinas. Teresa lo reconoce como el "sacro halcón, / Divino Amor disfrazado". Se genera un diálogo místico donde Teresa muestra celos porque Cristo pueda querer más a la Cruz que a ella. El Amor Divino calma su temor y, como premio a su obediencia y humildad, le entrega Su corona de espinas, asegurándole que para ella, las espinas se volverán "clavellinas" y, posteriormente, estrellas en el cielo.
Finalmente, Fray Mariano y Fray Diego, informados de su grave estado, llegan al convento. Teresa, en su lecho, sostiene un crucifijo y pide perdón a todos, recibiendo la bendición. Al expirar, la música canta la ascensión del alma: "Romped el aire gozosa, / mi blanca paloma hermosa". Mariano y Valle atestiguan la salida de una paloma, símbolo de su alma, y confirman que la santa virgen ha muerto. Inmediatamente, un olor suave y celestial, que Doña Juana percibe que "al cielo sabe", brota del cuerpo, prueba de su santidad. Incluso Petrona, a quien el sentido del olfato le fallaba, lo huele por gracia de la fundadora, anunciándolo: "Milagro, milagro, padre!". La jornada concluye con el rumor del pueblo convocado que exige ver el cuerpo de la santa fundadora.