El condenado por desconfiado (III)
de Tirso de Molina
El condenado por desconfiado (III)
de Tirso de Molina
La Jornada Segunda nos mostró a Enrico, un criminal devoto de su padre enfermo. Tras perder dinero en el juego y planear delitos, visita a su padre. El afecto paterno le lleva a perdonar a un anciano, Albano, a quien debía matar, pero mata a Otavio al negarse a devolver el pago por no cumplir el encargo. Huyendo del gobernador, sobrevive al lanzarse al mar. Mientras tanto, Paulo, que cree su destino ligado al de Enrico, se convierte en bandolero al considerarlo condenado. Paulo prueba a Enrico con una falsa ejecución, ofreciendo confesión. Enrico la rechaza, reconociendo su pecado pero confiando firmemente en la misericordia divina. Paulo desespera, pero Enrico insiste en que la esperanza en Dios es la clave . Enrico decide regresar por su padre, manteniendo su fe.
Jornada III. La salvación por la fe y la condenación por la desconfianza.
La Jornada Tercera nos sumerge en los momentos finales de Enrico y Paulo, revelando un sorprendente vuelco en sus destinos. Encerrados en prisión, ambos enfrentan la muerte, pero sus actitudes y los acontecimientos que les rodean marcan un contraste dramático que culmina en un desenlace aleccionador.
La jornada se abre con Enrico y Pedrisco en la cárcel. Pedrisco se lamenta de su suerte, sintiéndose castigado sin culpa. Enrico, pragmático, le pregunta si le falta comida, a lo que Pedrisco responde con ironía sobre la inutilidad de una mesa sin alimento. Su conversación inicial refleja la diferencia en sus caracteres: la queja lastimera de Pedrisco contrasta con la actitud más estoica de Enrico, aunque ambos comparten la angustia de su encierro. Pedrisco expresa su temor de que saldrán de la cárcel solo para ser ajusticiados, mientras que Enrico le insta a no tener miedo.
La llegada inesperada de Celia y Lidora interrumpe su conversación. Enrico reconoce a Celia, la mujer que dice adorarlo más que a sí mismo, y la ve como su posible salvación. Pedrisco, siempre preocupado por sus necesidades básicas, piensa en el dinero que Enrico espera de ella para aliviar su hambre.
El encuentro entre Enrico y Celia es crucial. Enrico expresa su alegría al verla, sintiendo que su remedio ha llegado. Celia, sin embargo, trae noticias funestas: han de ser ajusticiados al día siguiente. Ante la sorpresa de Enrico, Celia revela que está casada con Lisardo y se encuentra feliz con su matrimonio. La reacción de Enrico es de furia y celos, amenazando con matar a Lisardo. Celia, fríamente, le aconseja que se ponga a bien con Dios, ya que ambos morirán. Se despide con prisa, dejando a un Enrico lleno de rabia y desolación. Pedrisco, con su humor característico, comenta lo que pesa el talego que esperaba lleno de dinero y que ahora parece vacío.
La frustración de Enrico se convierte en una violenta reacción. Intenta romper las rejas de la prisión, ciego de ira y celos. Un Portero entra en escena, recriminándole su conducta. Enrico, enfurecido, se enfrenta al Portero, hiriéndolo con su cadena. A pesar de las súplicas de Pedrisco para que se detenga, Enrico continúa su violenta resistencia.
El Alcaide, alertado por el alboroto, aparece con más guardias y logra someter a Enrico. El Portero informa que Fidelio ha muerto a manos de Enrico. El Alcaide, indignado, le comunica la sentencia de muerte por ahorcamiento para el día siguiente. Enrico, desafiante hasta el último momento, expresa su furia y su desprecio por la autoridad del Alcaide, lamentando su impotencia física en ese momento: ¿Que esto sufro, Dios eterno? / ¿Que mal me traten ansí? / Fuego por los ojos vierto. / No pienses, alcaide infame, / que te tengo algún respeto / por el oficio que tienes, / sino porque más no puedo. / Que a poder ¡ah cielo airado!, / entre mis brazos soberbios / te hiciera dos mil pedazos, / y despedazado el cuerpo / me le comiera a bocados, / y que no quedara pienso /satisfecho de mi agravio.
El Alcaide, imperturbable, ordena que le pongan más cadenas y lo encierren en un calabozo, considerando que un enemigo de Dios no merece mirar al cielo.
En su celda, Enrico reflexiona sobre su destino. Escucha una voz misteriosa que lo llama, infundiéndole temor. Duda de su valor y de sus acciones pasadas. La voz se repite, aumentando su angustia.
De repente, aparece el Demonio. Enrico se siente confundido y atemorizado. El Demonio le ofrece liberarlo. Enrico, desconfiado, pregunta quién es y dónde está. El Demonio se revela, pero Enrico desea no haberlo visto. A pesar del miedo, el Demonio lo insta a no temer y a aprovechar la ocasión para escapar por un postigo cercano.
En el momento en que Enrico se decide a huir, se escucha una voz celestial cantando. Esta voz le aconseja detenerse, afirmando que estar en prisión le conviene más que librarse. Enrico se siente confundido por los consejos contradictorios. El Demonio intenta persuadirlo de que la voz celestial es una ilusión causada por el miedo, instándolo nuevamente a escapar. Sin embargo, la voz celestial insiste en que morirá si sale y vivirá si se queda. Finalmente, Enrico, atribuyendo su decisión al temor, decide quedarse en prisión, para disgusto del Demonio, que desaparece.
Enrico reflexiona sobre lo sucedido, sintiéndose confundido por la aparición y desaparición del portillo. Llega el Alcaide con la sentencia definitiva. La lee formalmente, confirmando su condena a ser ahorcado públicamente. La reacción de Enrico es de incredulidad y furia, amenazando al Alcaide. Éste, con calma, le aconseja que se ponga a bien con Dios. Enrico, con blasfemia, rechaza sus palabras.
Ya sentenciado a muerte, Enrico lamenta haber escuchado la voz que le dijo que estaría seguro si permanecía en la cárcel. Recibe la noticia de que dos padres de San Francisco esperan para confesarle, pero él se niega, mostrando una impenitencia desafiante.
Pedrisco intenta persuadirlo de que crea en Dios y se confiese, pero Enrico responde con ira e incluso amenazas. Ante la obstinación de Enrico, Pedrisco se desespera por su amigo, temiéndole un destino terrible. Enrico, solo nuevamente, se pregunta si la voz que escuchó fue de un enemigo que buscaba vengarse, lamentando no haber aprovechado la oportunidad de escapar.
Un nuevo personaje aparece: Anareto, el padre de Enrico, acompañado por un Portero. A pesar del dolor por los crímenes de su hijo, Anareto siente alegría al verlo pagar por sus pecados, considerándolo una oportunidad para el arrepentimiento. Sin embargo, inicialmente, Anareto se niega a llamarlo hijo por su falta de fe. El diálogo entre padre e hijo es profundamente emotivo, con Anareto exhortando a Enrico a confesar sus pecados y a no tomar venganza de Dios con su impenitencia.
Finalmente, Enrico se doblega ante las palabras de su padre y se arrepiente. Reconoce su error y promete confesar sus pecados para mostrar su fe. El reencuentro entre padre e hijo es conmovedor, lleno de dolor por la inminente separación.
Antes de ir a confesarse, Enrico eleva una ferviente plegaria a Dios y a la Virgen María, implorando misericordia y recordando el sacrificio de Cristo. Su arrepentimiento parece sincero y profundo: Señor piadoso y eterno, / que en vuestro alcázar pisáis / cándidos montes de estrellas, / mi petición escuchad. / Yo he sido el hombre más malo / que la luz llegó a alcanzar / deste mundo, el que os ha hecho / más que arenas tiene el mar / ofensas, mas, Señor mío, / mayor es vuestra piedad.
Padre e hijo se despiden con gran dolor, y Enrico parte para confesarse, confiando en la misericordia divina.
La escena cambia abruptamente a un paraje montañoso donde aparece Paulo, cansado y buscando descanso. Se lamenta de su destino y evoca la naturaleza con tonos melancólicos.
Reaparece el Pastor, deshojando la corona que tejiera. Paulo lo reconoce y nota su tristeza. El Pastor explica que la oveja necia no quiere volver al redil, a pesar de la clemencia del Mayoral (Dios). Paulo interpreta la historia del Pastor como un reflejo de su propia vida.
De repente, una música celestial resuena en el aire, y dos ángeles ascienden llevando el alma gloriosa de Enrico al cielo. Paulo, atónito, contempla la escena y exclama su sorpresa y admiración por el alma que alcanza la gloria.
La calma se rompe con la llegada de Galván, quien advierte a Paulo de que un escuadrón armado viene a capturarlos. Paulo, desafiante, decide enfrentarlos. Se produce una violenta lucha con los aldeanos y un Juez. Galván huye, mientras Paulo, luchando con furia, finalmente es herido y cae.
Pedrisco regresa al monte y encuentra a Paulo agonizando. Paulo, en sus últimos momentos, pregunta por el destino de Enrico. Pedrisco le informa que Enrico murió cristianamente, confesado y comulgado, y que al morir, una música divina resonó y dos ángeles llevaron su alma al cielo.
La reacción de Paulo es de incredulidad y desesperación. No puede concebir que Enrico, a quien consideraba el hombre más malo, haya sido salvado, mientras que él, a pesar de sus dudas y su intento de arrepentimiento final en la jornada anterior, se siente condenado por su desconfianza en la misericordia divina. En sus estertores, exclama su fatal convicción: Esa palabra me ha dado / Dios: si Enrico se salvó, / también yo salvarme aguardo.
Sin embargo, la esperanza de Paulo se desvanece con su último aliento. Pedrisco reflexiona sobre la ironía de sus destinos: Enrico, el malvado, se salvó, mientras que Paulo, consumido por la desconfianza, encontró la condenación.
En un epílogo sorprendente, el cuerpo de Paulo se levanta envuelto en llamas y rodeado de serpientes. Paulo mismo reconoce su culpa por su desconfianza en la piedad de Dios, revelando que el demonio lo engañó tomando forma de ángel. Se maldice a sí mismo y a sus padres antes de hundirse en el fuego, confirmando su terrible final.
El Juez interpreta estos misterios como obra del Señor. Galván y Pedrisco son liberados. Galván declara su intención de ser santo, mientras que Pedrisco se muestra escéptico. Pedrisco ofrece la moraleja de la historia: que aquellos que sean desconfiados miren el ejemplo presente. Finalmente, el Juez decide ir a Nápoles a contar lo sucedido, y Pedrisco remite a quienes duden de la veracidad de la historia a la obra “Vida de los Padres” para encontrar confirmación.
La obra concluye resaltando el cambio de pena y gloria entre los dos protagonistas, sellando el trágico destino del desconfiado Paulo y la sorprendente salvación de Enrico.
Blas Molina