El esclavo del demonio (I)
de Antonio Mira de Amescua
El esclavo del demonio (I)
de Antonio Mira de Amescua
En nuestro camino español por el Siglo de Oro, nos encontramos esta obra que combina drama religioso, conflicto moral y elementos sobrenaturales. La trama gira en torno a Don Gil, un hombre que, seducido por la ambición, pacta con el demonio a cambio de poder y conocimiento, desencadenando una lucha entre la condenación y la redención. A través de versos intensos y una estructura dinámica, Mira de Amescua explora temas como el libre albedrío, la soberbia humana y la misericordia divina, creando una pieza tan fascinante como reflexiva. Con su mezcla de tensión dramática y profundidad filosófica, "El esclavo del demonio" es otro ejemplo más de la profundidad intelectual de nuestro Siglo de Oro.
Acto I. La tentación y la caída.
La escena inicial nos introduce en la casa de Marcelo, un padre anciano que, consciente de su edad: "Mi cuerpo apenas se mueve, / que la edad mayor es breve" y el fin de su "invierno frío", desea asegurar el futuro y la honra de su linaje a través de sus dos hijas, Lisarda y Leonor.
Marcelo expone su plan a sus hijas: Lisarda se casará mañana con Don Sancho de Portugal, de "sangre real", un matrimonio que él cree asegurará el "estado que amas" y la "nobleza que heredé". A Leonor, quien ya "a Dios eterno ofreciste" su pensamiento, la destina al convento, un camino menos "grave" en comparación con la cruz "más pesada" de la mujer casada. Marcelo ve a sus hijas como "Mis dos brazos", uno para abrazar a Dios y al mundo (Lisarda), y el otro solo a Dios (Leonor). Este arreglo honraría su casa antes de su muerte.
Sin embargo, el conflicto surge de inmediato con la tajante respuesta de Lisarda: mientras Leonor declara su sumisión : "Tu esclava he de ser", Lisarda se revela como una "hija inobediente". Confiesa que está vencida por "La venganza y la afición", que son "tiranos" de sus inclinaciones. Aborrece a Don Sancho y, lo más grave, ha rendido su voluntad a Don Diego de Meneses, el "enemigo" de su padre, a quien ama con una "fuerte inclinación / y no la puedo vencer". Declara su resolución de casarse sólo con él.
La confesión de Lisarda provoca la furia y la terrible maldición de Marcelo. A pesar de los intentos de conciliación de Leonor, que le pide templar su enojo y usar un consejo "blando", Marcelo, herido por la afrenta (Don Diego mató a su hijo), le desea a Lisarda una vida de infamia, pobreza y desprecio público. Lisarda se retira desafiante, confirmando que sus inclinaciones son de "mi amor", mientras Marcelo lamenta la pérdida de honra que la desvergüenza de su hija anuncia.
Leonor sugiere a su padre que busque la ayuda de Don Gil, un "santo varón" reverenciado en Coímbra por su piedad, para que interceda ante Don Diego y lo persuada de no buscar el honor de Lisarda. Marcelo acepta el consejo de Leonor y le otorga una bendición, deseándole una vida "desigual" a la de su hermana y que reine en Portugal. Ambos se retiran.
La tentación y caída de Don Gil es el siguiente eje central del acto. Don Diego de Meneses aparece, lidiando con la contradicción de amar a la hija de su enemigo. Describe el amor como un rayo que hiere más donde encuentra resistencia, capaz de cambiar la condición más fría y engendrar osadía en el cobarde. Un lacayo, Domingo, le entrega una carta de Lisarda. La carta de Lisarda propone una fuga esa misma noche: "Don Diego, el alma se abrasa / por ti, y mi padre me casa; / mas, si amor te da osadía, / ven esta noche a la mía; / me llevarás a tu casa". Don Diego se regocija y ordena a Domingo traer una escala, la cual le serviría de "alas".
En ese momento, aparece Don Gil. Don Diego lo ve como un "azar" encontrar a un "santo varón" en ese estado de pensamiento. Don Gil, reconociendo su amistad y el deber de dar consejo: "Fuerza es darlos al amigo", intenta disuadir a Don Diego. Le recuerda la nobleza de la familia de Lisarda, el agravio pasado (la muerte del hijo de Marcelo), y cómo, si bien las heridas a la vida sanan, las que caen sobre la honra son incurables. Reprocha a Don Diego por "no corregir y no enfrenar / tus inclinaciones locas", y le advierte sobre las consecuencias eternas: "Busca el bien, huye el mal, que es la edad corta, / y hay muerte y hay infierno, hay Dios y gloria". Le dice que aficionarse a Lisarda dobla la injuria pasada y que Dios puede romper el amor si se enoja por muchas ofensas. Don Gil le ruega que refrene su apetito, comparándolo con una "bestia maliciosa / y caballo que no para / si no le enfrenan la boca".
Don Diego, aparentemente conmovido por las palabras de Don Gil, decide desistir: "Perdonad, Lisarda, vos. / Don Gil, trocado me dejas, / porque, a las voces de Dios, / no ha de haber sordas orejas". Dice que Don Gil le ha "quebrado las alas". Don Diego se retira.
Entonces, ocurre la trágica caída de Don Gil. Solo en escena, Don Gil se regocija por su victoria moral: "¡Cielos, albricias, vencí! / No es pequeña mi vitoria. / Un alma esta vez rendí". Pero, al ver la escala dejada por Domingo (que se ha quedado dormido ), siente un "¡Oh, qué extraño pensamiento!". Lucha internamente contra la tentación de subir a la cuadra de Lisarda. Reconoce que "la ocasión / es la madre del delito" y que su "corazón" se acobarda. Compara el pensamiento con un río que al principio es fácil de pasar pero después es fuerte. Siente que su razón está "de vencida" y, finalmente, cree que Dios lo ha "soltado de su mano" al haber consentido mentalmente en el pecado. Decide subir, creyendo que no será reconocido y que podrá gozar el lecho que Don Diego quiso. Mientras sube, Domingo habla dormido, lo que Don Gil, ya en estado de confusión moral, interpreta como voces que lo animan o lo condenan, llegando a creer que habla con el diablo.
El desenlace inmediato de la caída de Don Gil se presenta cuando Lisarda sale vestida de hombre para la fuga. Creyendo que es Don Diego, le pide que se quite el disfraz. Don Gil revela su identidad, explicando que ha subido pero "cual Ícaro ha sido", cayendo al infierno. Se compara con Pedro, negando a Dios, y dice que una voz del infierno le hizo perder la fe. Le dice a Lisarda que fue Don Diego quien lo trajo allí para ofender a su padre. Lisarda reacciona con desesperación, dándose cuenta de que las "desdichas crecen" y que "la maldición es cumplida / de mi padre". Se siente engañada por Don Diego y forzada por Don Gil. Identifica a tres enemigos que le dio el cielo: "Don Diego, que me engañó; / mi padre, que me maldijo; / y Don Gil, que me forzó". Don Gil, ahora abrazando el pecado, le dice que la estrella la ha inclinado a seguir su gusto y venganza, y que él mismo es como un "caballo desbocado" en el "curso del pecado". Lisarda se despide de su casa, honra, padre, hermana y de Dios, reconociendo que su desventura es la consecuencia de ser inobediente. Don Gil, por su parte, reflexiona que cayó por no confiar en Dios y estribar en sus propias fuerzas. Ambos se retiran juntos.
Mientras tanto, Marcelo está desvelado por el cuidado de sus hijas. Beatriz, una criada, aparece con noticias. Con gran temor, anuncia que Lisarda le ha escrito a Don Diego y "la llevó". Marcelo, destrozado, cree que Don Diego le ha quitado "vida y honra", comparándose con Job y llamando a Don Diego "culebra" y "harpía" que ha quebrado su nido. Se desmaya de la pena.
En un giro, Don Diego aparece buscando la paz y pidiendo a Lisarda en matrimonio. Reconoce el agravio pasado y ofrece su vida. Marcelo, reaccionando con furia inicial, es persuadido por Leonor para que acepte el matrimonio y salve la honra que queda. Es preferible decir que la dio en matrimonio por la paz, a que digan que se la llevó por la fuerza. Marcelo accede a la boda pero con la condición de que Lisarda nunca vuelva a entrar en su casa, bajo pena de su maldición. Don Diego acepta con alegría, considerando a Marcelo su suegro, y se retira para preparar las fiestas. Marcelo y Leonor deciden irse a la aldea para no presenciar la desdichada boda.
Finalmente, llega Don Sancho, el prometido de Lisarda. Viene con su criado Fabio, queriendo ver a Lisarda secretamente antes de casarse, para confirmar su inclinación y no depender solo del retrato. Don Sancho conoce a Leonor y queda inmediatamente prendado de su belleza, confundiéndola inicialmente con Lisarda. A pesar de saber que Leonor está destinada al convento, Don Sancho se enamora y decide seguirla a la aldea, planeando disfrazarse.
El acto concluye con Don Diego llegando con un coche para la boda, acompañado de Florino y Domingo. Se regocija de su paz con Marcelo.
Sin embargo, Domingo y un escudero de Marcelo le informan que Marcelo se ha llevado a toda su casa, incluyendo a Lisarda y Leonor, a la aldea. Don Diego, sintiendo la inconstancia de la vejez de Marcelo, se enfurece y decide que, si Marcelo no se la da, la robará: "Robarela, te prometo". A pesar de las advertencias sobre la fortaleza de la casa de Marcelo, Don Diego confía en que el Amor, "inventor / de máquinas y de engaños", le ayudará a lograr su propósito.
Así, este primer acto deja planteados los conflictos principales: la desobediencia de Lisarda y la maldición paterna, la caída de Don Gil de su estado de gracia a la perdición moral, el engaño y rapto de Lisarda por Don Gil en lugar de Don Diego, la reacción de Marcelo y el intento (fallido) de conciliación mediante el matrimonio arreglado con Don Diego, y el surgimiento de un nuevo conflicto amoroso con la llegada de Don Sancho y su enamoramiento de Leonor.
Blas Molina