Por Alberto Bárcena Pérez
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La redención de penas en el Valle de los Caídos, por Alberto Bárcena Pérez
¿Cómo se construyó el Valle de los Caídos? Es lugar común -moda, más bien- decir ahora que fue a golpe de látigo con mano de obra esclava. Pero nada más lejos de la realidad, sobre un monumento dedicado a la memoria y el descanso de los españoles que murieron durante la Guerra Civil, sin distinción del campo en el que combatieron.
En una obra perfectamente documentada, de lectura densa precisamente por eso, Bárcena acude a las fuentes primarias para evitar la contaminación ideológica que otras posteriores pudieran tener. Destacan por su importancia: el testimonio de los propios reclusos, el archivo del Consejo de las Obras del Monumento Nacional a los Caídos, y el archivo del Patronato Central para la Redención de Penas.
De los dos últimos se obtienen datos fundamentales: Dónde se alojaban los constructores, qué emolumentos percibían y hasta qué comían. Que las plantillas eran mixtas de obreros libres y reclusos voluntarios, y que recibían éstos el mismo tratamiento que aquellos. Y no fue un trato malo, puesto que cobraban por encima de la media de la época e incluso tuvieron derecho a que se les diera un piso en propiedad al acabar las obras. A todos, a libres y reclusos. Estos últimos, además, se beneficiaban del sistema de redención de penas por el trabajo.
De los testimonios de los reclusos, es reseñable que se habla siempre de una tolerancia tal que incluso sólo con una autorización verbal y "bajo compromiso de regreso", podían acercarse los penados a las fiestas de los pueblos cercanos o al cine en El Escorial, desde unos campamentos de trabajo que no tenían muros o alambradas y en los que los presos vivían en casa fabricadas para ello.
Reseña aparte merecería la fuga de un recién llegado Sánchez-Albornoz (sí, el historiador), quien no necesitó para ello más que echarse a andar campo a través un domingo por la mañana, junto a su compañero de fuga, tal y como hacían otros reclusos en sus desplazamientos, hasta El Escorial, donde habían quedado a tal efecto con un amigo acompañado por dos jóvenes americanas. Tras tomarse unas cervezas en un bar en la plaza del Ayuntamiento, continuaron con su "fuga" en el coche de una de las chicas. Ni tuvieron problemas en salir de un recinto sin vigilancia, ni los tuvieron para cartearse con su colaborador externo en la fuga, ni para llegar finalmente a Francia. Desde luego, nada que ver con el campo de concentración que nos han querido hacer ver que fue.
Una lectura muy recomendable, para la que será necesario disponer de tiempo para leerla, y pocos prejuicios para digerirla.
Lucio