De fuera vendrá quien de casa nos echará (II)
de Agustín Moreto
De fuera vendrá quien de casa nos echará (II)
de Agustín Moreto
En la Jornada Primera conocimos a Lisardo y el Alférez Aguirre, dos soldados recién llegados de Flandes que, tras perder su dinero en un juego, idean un plan para hospedarse en la casa de Doña Cecilia Maldonado, hermana de su capitán, con la intención de que Lisardo pueda cortejar a su sobrina, Doña Francisca.
Jornada Segunda: Enredos Nupciales y Estratagemas Amorosas en Casa de Doña Cecilia.
La Jornada Segunda nos traslada al interior de la casa de Doña Cecilia Maldonado, un espacio que rápidamente se convierte en el epicentro de intrigas y malentendidos amorosos. La escena comienza con Lisardo y el Alférez Aguirre ya instalados, aprovechando la hospitalidad de Doña Cecilia gracias a la carta de recomendación falsificada. Mientras el Alférez expresa su asombro y disfrute por el "regalo" y la "limpieza" de la casa, Lisardo, sin embargo, manifiesta un profundo pesar: "yo traigo el alma loca / de un pesar que la traspasa".
Lisardo confiesa al Alférez que su "inclinación" hacia Doña Francisca se ha transformado en "furor". Revela que Margarita, la criada, le facilita las visitas nocturnas a Francisca, donde su amor por ella no tiene límites. Lisardo elogia la discreción y el "primor" del amor casto de Francisca, afirmando que es tan "soberano su discurso" que la imagina una "deidad". Su respeto es tal que la mayor "indecencia" a la que se ha atrevido es a "besar su mano", lo cual considera un acto de "reverencia". Sin embargo, la calma se rompe cuando Lisardo relata el "azar": Doña Cecilia los encontró juntos en el "centro" de su ventura. Atrapado y sin una "disculpa decente", Lisardo recurrió a una mentira audaz: declaró a Doña Cecilia que su osadía era producto del amor que sentía por ella, y que se había valido de Francisca como "medio" para decírselo.
El Alférez, incrédulo ante tal "desatino", pregunta cómo un hombre "mozo y soldado" puede "fingir amor a una dueña". Con su habitual humor, el Alférez prefiere ser tenido por "ladrón" que por "galán de una dueña". La situación empeora cuando Lisardo revela que Doña Cecilia "lo acetó luego" y lo llevó a su cuarto, teniéndolo "la noche toda" y provocando celos en Francisca, que temió "fuese la de la boda". Como resultado, Francisca se niega a verlo y le dice: "Esto se acabó". Lisardo se encuentra en un tormento doble: la pérdida de Francisca y la insistencia de la tía, quien ya planea el casamiento para ese mismo día. Lisardo ruega al Alférez que "la enamoréis" a Doña Cecilia para "librarme de ella". El Alférez se niega rotundamente, llegando a exclamar: "Vive Cristo, que primero / me eche por una ventana". Para él, una dueña "no es mujer, sino cigüeña", y teme que ella sea como "la de Tarquino". El Alférez describe su tipo ideal de mujer: "en no habiendo delantal / de picote, saya vieja, / sobre el guardapiés alzada, / la cintura a un lienzo atada, / lazo verde en la guedeja...".
La trama se acelera con la aparición de Chichón, el escudero, visiblemente maltratado. Doña Cecilia lo había enviado a buscar un "perdulario" para hacer el "matrimoño". Chichón, con su característica torpeza, confunde "notario" con "voltario" y termina agredido en la audiencia del Vicario por preguntar por un "perdulario para hacer un casamiento". Mientras Chichón se lamenta por los "chichones" de su cabeza, Doña Francisca y Margarita entran en escena, discutiendo los celos de Francisca y su convencimiento de que Lisardo busca el dinero de su tía. Lisardo intenta aplacar a Francisca con elogios: "Aurora de mi deseo, / sol de mi verde esperanza, / día de mi pensamiento, / primavera de mi amor...". Sin embargo, Francisca lo interrumpe bruscamente, acusándolo de falsedad: "Ten, Lisardo, quedo, quedo / de primavera y de sol; / que aunque yo a no te debo / ese amor que significas, / tampoco no te merezco, / sabiendo yo que son falsos, / la injuria de esos requiebros". Francisca le exige que se vaya de la casa, pues ya lo considera "ingrato y mal caballero" por haber cortejado a su tía a sus ojos. Lisardo le explica que fue "forzoso fingir" para salir del "empeño", una estratagema para que su amor "mejor vamos disponiendo". Ambos se dan la mano, sellando un nuevo entendimiento. Margarita y el Alférez también se dan la mano en un acuerdo cómico.
La situación se complica aún más cuando Doña Cecilia los sorprende dándose las manos. Lisardo y el Alférez inventan rápidamente que estaban leyendo las líneas de la mano: Lisardo dice que Francisca será monja, lo cual ella confirma irónicamente para evitar el matrimonio de su tía: "Vos me dais muy buenas nuevas, / porque eso es lo que deseo; / que yo estoy tan bien hallada / con este recogimiento / en que me tiene mi tía, / que esa es la elección que tengo". El Alférez, por su parte, afirma que si uno no sabe quiromancia, "no puede uno ser sargento" . Francisca y Margarita, con su agudeza, señalan la hipocresía de Doña Cecilia, quien se queda a solas con los hombres después de enviar a las doncellas a hacer labor.
Lisardo, para ganar tiempo y consolidar su posición, le aconseja a Doña Cecilia que no publique su casamiento sin antes dar estado a Francisca. Doña Cecilia propone casarse "de secreto". En un giro inesperado, Lisardo le confiesa que es su "sobrino", hijo de su hermano con "madama Blanca" en Flandes. Doña Cecilia, encantada con la noticia, lo abraza. El Alférez celebra el rápido éxito de la farsa: "Miren que presto saltó / el foso del parentesco". Sin embargo, Lisardo añade otra complicación: asegura que el Alférez se ha enamorado de Doña Cecilia, el "mayor inconveniente", pues Lisardo lo quiere tanto que "sólo por él hiciera / la fineza de perderos".
El Alférez, sorprendido y molesto, niega vehementemente su amor. Lisardo insiste en que el Alférez lo disimula, pero finalmente el Alférez, presionado, admite con humor que se enamoró de ella "sin tocas", pero el amor se le fue "al punto / que con tocas volví a veros". Lisardo aprovecha para pedir que se envíe por la "dispensación" para el matrimonio.
La llegada de Doña Francisca y Margarita agudiza el conflicto. Al ver a Lisardo abrazando a su tía, Francisca, furiosa, le increpa su "atrevimiento" y "bellaquería". Doña Cecilia revela que Lisardo es su sobrino, lo que sorprende a Francisca, quien rápidamente se da cuenta de la nueva oportunidad: "Pues si por tía le abrasas, / por prima también yo puedo". Doña Cecilia intenta impedirlo, argumentando la necesidad de una "dispensación". La situación escala cuando Chichón aparece de nuevo, trayendo consigo dos cartas para Francisca: una del Licenciado Celedón y otra de Don Martín de Herrera. La carta del Licenciado amenaza con estorbar el casamiento de Doña Cecilia y Lisardo, citando leyes y mencionando a "Salgado, De retentione". La carta de Don Martín, por su parte, es una promesa de casamiento para Francisca, con varias "cédulas" previas.
Doña Cecilia se indigna por el atrevimiento de su sobrina y pide a Lisardo que ponga "remedio". Chichón es acusado de alcahuete, lo que le ofende profundamente, alardeando de su noble linaje: "Soy / más hidalgo que un torrezno". Lisardo promete castigar a los responsables. En ese momento, Doña Cecilia descubre al Licenciado y a Don Martín escondidos en la sala. Chichón, con su particular "ayuda", los saca de sus escondites.
Doña Cecilia, sintiendo su honor comprometido, exige que uno de ellos se case con Francisca. Lisardo, astutamente, propone que se case el que sea "de más mérito capaz" o el que valga más en un "desafío". El Licenciado, al ser desafiado, se niega a reñir, pues vino a casarse "en paz". Don Martín acepta el desafío, pero el Licenciado huye, prefiriendo ir a cenar antes que pelear.
Lisardo aprovecha el caos para afirmar su autoridad sobre Doña Cecilia, declarándose su "esposo" y dueño de la casa y del honor de Francisca: "yo soy vuestro esposo ya, / y a quien los daños de casa / toca sólo el remediar; / y vos no habéis de tener / más dueño que yo". Le ordena a Doña Cecilia entrar en casa y "cuidar de lo que os toca". Doña Cecilia, sumisa, obedece, pronunciando la frase que da título a la obra: "Oigan, de fuera vendrá / quien nos echará de casa". Lisardo también somete a Francisca, Margarita y Chichón a su autoridad.
Finalmente, Lisardo aclara a Francisca que su "matrimonio" con la tía y los "mil ducados" de la dispensación son solo un medio para un fin: "Dar lugar / a que nuestro amor se logre". Promete devolverle el dinero en una joya, pero Francisca valora más la "firmeza" de su amor.
La jornada concluye con Francisca, ya tranquila, repitiendo el mismo proverbio de su tía, pero con un nuevo significado, implícito en su amor con Lisardo: "De fuera vendrá / quien de casa nos echará".
Así, la Jornada Segunda se construye sobre una serie de engaños y confusiones orquestadas por Lisardo y el Alférez, que les permiten tomar control de la casa y acercarse a sus verdaderos objetivos amorosos.
Esta jornada es como un juego de ajedrez improvisado donde Lisardo, con cada movimiento audaz (el falso amor por la tía, el parentesco inventado, el desafío frustrado), no solo se libra de la jugada actual sino que también asegura la siguiente, mientras que los demás personajes, a pesar de sus intenciones, se convierten en piezas movidas por su ingenio, culminando en la revelación de que el verdadero "invasor" (el que viene de fuera) ya está dentro, reordenando el tablero a su antojo.
Blas Molina