La verdad sospechosa (III)
de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza
La verdad sospechosa (III)
de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza
En el acto segundo vimos a Don García entusiasmarse con una carta que creía de Doña Lucrecia de Luna, una dama hermosa, discreta, virtuosa, principal y heredera de una gran renta. La trama se complicó cuando Don Juan de Sosa lo desafió a un duelo, y Don García mintió sobre la identidad de la dama en cuestión.
Su padre, Don Beltrán, sumamente preocupado por las "cinco o seis mentiras" diarias de su hijo, buscó casarlo con Doña Jacinta. Para evitar este matrimonio, Don García inventó una elaborada y dramática historia de un matrimonio secreto en Salamanca con Doña Sancha, que incluía un disparo y un enfrentamiento. Entretanto, Jacinta descubrió previas falsedades de Don García, como haberse fingido "perulero" o mentir sobre su tiempo en la Corte.
El acto terminaba con Jacinta, disfrazada de Lucrecia, confrontando a Don García en el balcón y exponiendo todas sus mentiras, incluyendo su falso matrimonio y la fiesta del río. Aunque Don García intentó justificarse, alegando que su matrimonio era una farsa para evitar otras uniones y que solo para "Lucrecia" era soltero, Jacinta lo rechazó contundentemente debido a su "falsedad tan notoria" y "mentir desvergonzado", tildando sus palabras de "fábulas de Ovidio". Tristán, al final, reflexionó que "quien en las burlas miente, pierde el crédito en las veras".
Acto III. El desenlace final: la mentira desenmascarada.
El acto comienza con Camino y Lucrecia discutiendo la persistencia de Don García. Camino asegura que Don García está "loco" de amor por Lucrecia, basándose en sus continuas visitas y desesperación. A pesar de no creerle del todo, Lucrecia admite que sus "encarecimientos" han despertado sus pensamientos y que, aunque el mentir no es forzoso, la esperanza la obliga a creer que Don García "en sus costumbres mudanza" puede hacer. Finalmente, Lucrecia instruye a Camino para que le dé una respuesta ambigua, diciéndole que rompió su carta pero que lo espere esa tarde en la "otava de la Madalena".
Simultáneamente, Don Beltrán, el padre de Don García, presiona a su hijo para que vaya a Salamanca a buscar a su supuesta esposa. Don García, para evitar el viaje, inventa una nueva y audaz mentira: su esposa está "preñada, / y hasta que un dichoso nieto / te dé, no es bien arriesgar / su persona en el camino". Don Beltrán, contento con la noticia del nieto, le pide el nombre de su suegro. Don García se pierde momentáneamente ("Aquí me pierdo"), pero rápidamente inventa que el suegro tiene dos nombres, "Don Diego" y "Don Pedro", según si heredó o no. Tristán comenta la dificultad de la mentira: "El que miente ha menester / gran ingenio y gran memoria".
Más adelante, Tristán informa a Don García sobre Lucrecia, revelando que recibió su carta y acudirá a la Madalena. Le aconseja ser generoso para conquistarla, pero Don García se niega a cortejar con dinero, recordando un incidente en la Platería.
En paralelo, Jacinta y Lucrecia conversan sobre Don García. Lucrecia confiesa que la persistencia de él la tiene "dudosa". Jacinta pronuncia una de las sentencias más célebres de la obra: "la verdad no es vedada / a la boca mentirosa". Lucrecia admite haber recibido un papel de Don García, pero insiste en que fue por "curiosidad", y que él piensa que ella lo rompió sin leerlo.
El momento crucial ocurre cuando Camino le señala a Don García quién es Lucrecia, pero Don García, al ver a Jacinta sosteniendo una carta, la confunde con Lucrecia. Oculto, Don García lee con Tristán el papel que Jacinta tiene en sus manos (su propia carta a Lucrecia), creyendo que es Lucrecia quien la lee, lo cual le causa gran "alegría" y le hace creerse "dichoso". Al intentar hablar con "Lucrecia" (Jacinta), Don García le confiesa su amor, rememorando su encuentro en la Platería. Jacinta le dice que está casado, a lo que él responde que fue una "invención mía, / por ser vuestro". Jacinta le recuerda que se lo dijo en el balcón, lo que revela la doble traición de Don García a Jacinta y la confusión de Lucrecia. Cuando Don García insiste, dirigiéndose a Jacinta como "Lucrecia", esta comprende su error y se da cuenta de que la ha confundido con la verdadera Lucrecia. Tristán aconseja a Don García fingir un error de vista, y Don García se disculpa, atribuyendo la confusión a su "ardiente amor". Luego, pide a Jacinta (a quien sigue creyendo Lucrecia) que sea su "mensajera" a la misma Lucrecia.
Jacinta, consciente del engaño de Don García, le responde con la famosa frase que da título a la obra: "Que la boca mentirosa / incurre en tan torpe mengua, / que solamente en su lengua / es la verdad sospechosa". Don García malinterpreta esta advertencia, pensando que Lucrecia (Jacinta) actúa con "astucia" para no ser reconocida.
Don García decide pedir la mano de Lucrecia. Tristán le sugiere a Don Juan de Sosa como testigo de la invención de Salamanca. En un momento de confianza, Don García le cuenta a Tristán una elaborada historia sobre un duelo con Don Juan de Sosa, donde supuestamente lo hirió mortalmente, esparciéndole los "sesos". También inventa un "ensalmo" milagroso capaz de curar heridas mortales.
La realidad golpea cuando Don Juan de Sosa aparece vivo y sano junto a Don Beltrán. Tristán, a pesar de conocer las mañas de Don García, admite que le creyó la historia: "¡Por Dios, que se lo creí, / con conocelle las mañas! / ¿Mas a quién no engañarán / mentiras tan bien trobadas?". Don Beltrán, tras hablar con el padre de Jacinta (Don Juan de Sosa, viejo) y confirmar que la historia de Salamanca es falsa, confronta furiosamente a Don García, llamándolo "vil, enemigo". Don Beltrán lamenta el deshonor que su hijo le causa y cómo "la has hecho ya sospechosa / tú con sólo confesarla".
Finalmente, Don Beltrán decide concertar el matrimonio con Lucrecia, la hija de Don Juan de Luna. Llegan Jacinta y Lucrecia. Don García, una vez más, comete el error de acercarse a Jacinta, creyendo que es Lucrecia. Don Juan (el verdadero galán de Jacinta) señala a la Lucrecia correcta. Don García se horroriza y, aunque insiste en que Jacinta es la mujer que ama, revelando por fin a quién verdaderamente ha estado cortejando. Lucrecia, entonces, saca la carta de Don García que prueba su compromiso con ella. Don Juan toma la mano de Jacinta, que acepta ser suya. Don García, derrotado, lamenta: "Perdí mi gloria". Don Beltrán lo amenaza con la muerte si no acepta a Lucrecia. Tristán sentencia el destino de Don García: "Tú tienes la culpa toda, / que si al principio dijeras / la verdad, esta es la hora / que de Jacinta gozabas". Don García, forzado, acepta a Lucrecia: "La mano doy, pues es fuerza".
La obra culmina con la conclusión magistral de Tristán: "Y aquí verás cuán dañosa / es la mentira, y verá / el Senado que en la boca / del que mentir acostumbra, / es la verdad sospechosa", reafirmando el tema central de la comedia y la fatal consecuencia de la mentira habitual.
Blas Molina