Fuente Ovejuna (III)
Comedia de Lope de Vega Carpio
Fuente Ovejuna (III)
Comedia de Lope de Vega Carpio
En el Acto Segundo encontramos la creciente tiranía del Comendador Fernán Gómez sobre el pueblo, manifestada en su intimidación a las mujeres y su abuso de poder. Inicialmente, el diálogo entre Esteban y el Regidor revela la preocupación por la escasez de alimentos y el desprecio del Comendador por los astrólogos y el saber popular. Sin embargo, la tensión escala rápidamente con la llegada del Comendador, quien interrumpe una boda y abusa verbalmente de los alcaldes, incluso amenazando con violencia a Esteban por defender a su hija Laurencia. La culminación de su crueldad se ve cuando ordena azotar a Mengo por intentar proteger a Jacinta de sus soldados y finalmente secuestra a Laurencia en el día de su boda, provocando la desesperación del pueblo que clama por justicia divina.
Acto Tercero. Justicia colectiva y perdón real.
El Acto Tercero de Fuente Ovejuna marca el punto álgido de la opresión y la consiguiente rebelión del pueblo contra la tiranía del Comendador Fernán Gómez de Guzmán, culminando en un acto de justicia colectiva que restaurará el honor de la villa.
La escena se inicia con Esteban, Alonso y Barrildo, quienes se reúnen preocupados por la demora de otros vecinos y por la gravedad de la situación: Frondoso está preso en la torre y Laurencia en grave aprieto, con el daño del pueblo creciendo a cada instante. Pronto se unen Juan Rojo y el Regidor, discutiendo la necesidad de secreto y la magnitud de su desventura. Mengo también llega, uniéndose a la junta. Esteban, conmovido, pregunta a los "labradores honrados" qué "obsequias debe hacer toda esa gente / a su patria sin honra, ya perdida". Resalta que el Comendador ha "lastimado en honra y vida" a todos y pregunta a qué esperan. Juan Rojo sugiere ir ante los Reyes Católicos para pedir remedio, mientras el Regidor, inicialmente, propone "desamparar la villa". Sin embargo, la desesperación es tal que la paciencia del pueblo está rota, y la nave de su temor corre "perdida", especialmente tras el rapto de Laurencia y la afrenta a Esteban al romperle la vara de alcalde en la cabeza. El Regidor, entonces, incita al pueblo a la acción directa: "Morir, o dar la muerte a los tiranos, / pues somos muchos, y ellos poca gente". Esteban aclara que "El rey sólo es señor después del cielo, / y no bárbaros hombres inhumanos". Juan Rojo, por su parte, clama por venganza, afirmando que "tiranos son; a la venganza vamos".
En este momento de deliberación y angustia, irrumpe Laurencia, desmelenada y en un estado de furia y desesperación. Desafía el derecho de los hombres a deliberar sin ella, afirmando que "bien puede una mujer, / si no a dar voto a dar voces". Esteban y Juan Rojo apenas la reconocen. Cuando Esteban la llama "hija mía", Laurencia le responde con una acusación desgarradora: "No me nombres / tu hija". Le reprocha, con una vehemencia que sacude a los presentes, su cobardía y la de todos los hombres por no haberla defendido de Fernán Gómez: "Porque dejas que me roben / tiranos sin que me vengues, / traidores sin que me cobres". Describe los horrores que sufrió en casa del Comendador: "Llevóme de vuestros ojos / a su casa Fernán Gómez: / la oveja al lobo dejáis, / como cobardes pastores. / ¡Qué dagas no vi en mi pecho! / ¡Qué desatinos enormes, / qué palabras, qué amenazas, / y qué delitos atroces, / por rendir mi castidad / a sus apetitos torpes!". Su imagen desgreñada y los "golpes, / de la sangre y las señales" son la prueba viviente de su ultraje. Los hombres son tildados de "piedras", "bronces", "jaspes", "tigres" que no son tigres, sino "Liebres cobardes", "bárbaros, no españoles", "gallinas". En un desafío que cambiará el rumbo de la asamblea, les grita: "Poneos ruecas en la cinta. / ¿Para qué os ceñís estoques? / ¡Vive Dios, que he de trazar / que solas mujeres cobren / la honra de estos tiranos". Finalmente, les advierte que el Comendador planea colgar a Frondoso sin juicio y hará lo mismo con todos.
El discurso de Laurencia conmueve profundamente a los hombres, transformando su desesperación en una furia irrefrenable. Esteban, avergonzado, declara: "Iré solo, si se pone / todo el mundo contra mí". La decisión es unánime: "Ir a matarle sin orden. / Juntad el pueblo a una voz; / que todos están conformes / en que los tiranos mueran". Armados con "espadas, lanzones, / ballestas, chuzos y palos", los villanos salen gritando: "¡Los Reyes nuestros señores / vivan! [...] ¡Mueran tiranos traidores!". Laurencia, satisfecha, ahora llama a las mujeres a unirse a la venganza, pues sus agravios no son menores. Jacinta y Pascuala se suman con determinación. Pascuala ofrece enarbolar la bandera, y Laurencia sugiere usar "nuestras tocas por pendones".
Mientras tanto, el Comendador se prepara para colgar a Frondoso. El ruido del pueblo que se acerca interrumpe la ejecución. Flores y Ortuño intentan alertar al Comendador de la magnitud de la revuelta popular: "Un popular motín mal se detiene". El Comendador, incrédulo, se enfrenta a sus súbditos, quienes ya han derribado las puertas de su casa. A pesar de los intentos del Comendador por aplacarlos con promesas: "Decídmelos a mí, que iré pagando / a fe de caballero esos errores", el pueblo no cede. Los aldeanos le gritan: "Agravios nunca esperan", y a una sola voz responden: "¡Fuente Ovejuna! ¡Viva el rey Fernando! / ¡Mueran malos cristianos y traidores!". El Comendador, finalmente, muere a manos del pueblo enfurecido, exclamando: "¡Piedad, Señor, que tu clemencia espero!". Mengo cobra su venganza personal contra Flores, quien le había propinado azotes, mientras las mujeres participan en la furia, llevando el cuerpo del Comendador y desfigurándolo. El grito unánime de los aldeanos resuena: "¡Fuente Ovejuna, y viva el rey Fernando!".
Tras la turba, Flores, herido, llega ante los Reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel, para informarles de la "mayor crueldad" que ha visto: los vecinos de Fuente Ovejuna han dado muerte a su señor, Fernán Gómez, "por sus súbditos aleves; / que vasallos indignados / con leve causa se atreven". Narra cómo saquearon su casa y se repartieron sus bienes, dejando al Comendador desfigurado y ensartado en picas. El Rey, asombrado, decide enviar a un juez y un capitán para averiguar el caso y castigar a los culpados.
De vuelta en Fuente Ovejuna, el pueblo celebra su victoria. Con la cabeza del Comendador en una lanza, cantan coplas en honor a los Reyes y en repudio a los tiranos. Frondoso canta: "¡Vivan la bella Isabel, / y Fernando de Aragón, / pues que para en uno son, / él con ella, ella con él!". Mengo, con un toque de humor irónico, canta sobre sus azotes: "Una mañana en domingo / me mandó azotar aquél [...] pero agora que lo pringo, / ¡vivan los reyes cristiánigos, / y mueran los tiránigos!". Esteban muestra el escudo con las armas reales y exhorta a todos a concertarse para dar una respuesta única al pesquisidor: "Morir / diciendo Fuente Ovejuna, / y a nadie saquen de aquí.". Se ensayan el tormento, con Mengo como "víctima", y todos repiten la misma frase: "Fuente Ovejuna lo hizo".
El Maestre de Calatrava, Rodrigo Téllez Girón, al enterarse de la muerte de Fernán Gómez, primero se indigna, pero luego reconoce su error al haber sido "engañado" por el Comendador. Humilde, pide perdón a los Reyes, ofreciéndose a servirlos en la jornada de Granada con "quinientos soldados". Los Reyes lo perdonan, reconociendo su valor.
Finalmente, el Juez pesquisidor llega ante los Reyes para dar cuenta de su infructuosa investigación. A pesar de haber "Trecientos he atormentado / con no pequeño rigor", incluyendo niños y mujeres como Esteban, un niño, Pascuala y Mengo, la respuesta siempre fue la misma: "Fuente Ovejuna lo hizo". Cansado y frustrado, el Juez concluye que, puesto que es imposible averiguar la verdad, "o los has de perdonar, / o matar la villa toda".
Los Reyes mandan entrar a los villanos. Laurencia y Frondoso se muestran asombrados por la belleza de los monarcas. Esteban, Frondoso y Mengo explican detalladamente la "sobrada tiranía / y el insufrible rigor" del Comendador, sus robos, sus forzamientos de doncellas, el rapto de Laurencia y los azotes a Mengo. Esteban, en nombre de la villa, entrega su lealtad al Rey: "Señor, tuyos ser queremos. / Rey nuestro eres natural, / y con título de tal / ya tus armas puesto habemos". Con este testimonio colectivo y la imposibilidad de encontrar un culpable individual, el Rey Fernando toma una decisión histórica: "Pues no puede averiguarse / el suceso por escrito, / aunque fue grave el delito, / por fuerza ha de perdonarse." Fuente Ovejuna queda bajo la jurisdicción directa de los Reyes Católicos hasta que se nombre un nuevo Comendador. Frondoso cierra la obra, elogiando la sabiduría del Rey, y la villa, con su honor restaurado, celebra la justicia real.
Blas Molina