La verdad sospechosa (I)
de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza
La verdad sospechosa (I)
de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza
Comedia famosa de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza.
Nos conduce el “camino español” por el Siglo de Oro hasta "La Verdad Sospechosa", una obra que se centra en las profundas consecuencias de la mentira habitual y cómo ésta vuelve sospechosa cualquier verdad que el mentiroso pueda expresar. Vamos a encontrarnos con Don García, un joven recién llegado a la Corte de Madrid que posee un ingenio extraordinario para la invención de falsedades, llegando a contar "cinco o seis mentiras" en una sola hora.
Esta arraigada costumbre de "mentir sin recato y modo" le acarrea constantes complicaciones, ya que sus engaños se descubren fácilmente y, como advierte Tristán, su criado, pierde "el crédito en las veras". El drama explora cómo la verdad misma pierde su valor en la boca de quien miente constantemente, llevando a situaciones de equívocos y desengaños que marcan el destino del protagonista.
Acto I. La revelación del vicio y el primer engaño amoroso.
La escena comienza con la llegada de Don García a Madrid, recibido por su padre, Don Beltrán, y su criado, Tristán, además de un Letrado que lo ha acompañado. Don García saluda a su padre, expresando el alivio de verlo tras un viaje caluroso, diciendo que solo la "esperanza de verte" mitigó el estío. Don Beltrán le encomienda a Tristán que sirva a Don García, señalando que Don García es "bisoño" (inexperto) en la Corte, mientras Tristán es "diestro". Tristán acepta la función de guía, no solo de criado, sino de "consejero y amigo".
Don Beltrán se muestra agradecido con el Letrado por su servicio a Don García, revelando que su intercesión le consiguió un corregimiento y, si hubiera podido, una plaza en el Consejo Real. Explica que, originalmente, el destino de Don García era seguir la carrera de las letras, pues era la mejor "puerta / para las honras del mundo" para un hijo segundo. Sin embargo, la muerte de su hijo mayor, Don Gabriel, hizo que Don García heredara el mayorazgo, por lo que ahora debe vivir en Madrid entre "ilustres caballeros". Don Beltrán pide al Letrado, quien crió a Don García, que le diga "claramente, / sin lisonja, lo que siente, / supuesto que le ha criado, / de su modo y condición", y a qué vicio muestra inclinación. Le asegura que saber la verdad le será "útil, cuando no gustoso". El Letrado acepta, comparando su obligación con la de un picador que informa al dueño de los "resabios" de un caballo. Advierte que la verdad "os sepa mal y haga bien". El Letrado describe a Don García con muchas cualidades nobles: "Es magnánimo y valiente, / es sagaz y es ingenioso, / es liberal y piadoso", pero confiesa que una "sola falta" no se le ha enmendado jamás, por más que le ha reñido. Esta falta es: "No decir siempre verdad". Don Beltrán reacciona con horror: "¡Jesús, qué cosa tan fea / en hombre de obligación!". Aunque el Letrado expresa esperanza de que el vicio se pierda con la edad y la autoridad paterna, Don Beltrán es pesimista, comparando a su hijo con una "vara" que no pudo enderezarse cuando era tierna y menos lo hará ahora que es "tronco robusto". Don Beltrán insiste en que la Corte no corregirá este vicio, sino que incluso lo exacerbará, pues "aquí miente el que está / en un puesto levantado". Declara que preferiría que Don García "disipara" su hacienda o se entregara al juego y a las pendencias antes que "que su falta sea / mentir. ¡Qué cosa tan fea! / ¡Qué opuesta a mi natural!".
Ante la gravedad del vicio, Don Beltrán decide casar a Don García "brevemente, / antes que este inconveniente / conocido venga a ser". El Letrado se marcha, señalando el "Dolor estraño / le dio al buen viejo la nueva. / Al fin el más sabio lleva / agramente un desengaño".
Don García y Tristán hablan de la moda, en particular de los cuellos, criticando su vanidad y su coste, La conversación deriva hacia las mujeres de la Corte. Tristán, con aires de astrólogo, las clasifica usando metáforas celestiales.
Don García ve a una dama en un coche y queda inmediatamente prendado. La describe como "divina" y con ojos que lanzan "flechas de muerte y amor". Tristán le aconseja ser sutil y le recuerda que "es el polo el dinero". Jacinta cae al apearse, y Don García acude a ayudarla, comenzando un cortejo lleno de galantería y, notablemente, mentiras. Don García miente al afirmar que lleva más de un año amándola y que ella fue lo primero que vio al llegar de "indiano suelo". Dice que sus riquezas por verla superan a las de Potosí. Cuando Jacinta pregunta si es tan "guardoso" (avaro) como se dice de los indianos, él responde que "hace el amor dadivoso" al más avaro, y le promete "tantos mundos de oro / como vos me dais deseos". Don García le ofrece joyas de una tienda. Jacinta (en un aparte) y Lucrecia (su acompañante) se impresionan con el "indiano liberal". Jacinta, no obstante, rechaza las joyas, aceptando solo los "ofrecimientos" y su "escuchado". Al ver a Don Juan (su pretendiente) acercarse, se despiden.
Tristán, que ha averiguado la identidad de las damas por el cochero, le dice a Don García que la más hermosa es Doña Lucrecia de Luna. Don García insiste en que Lucrecia, la que habló, es la que le interesa, aunque Tristán encuentra más bella a la que calló (Jacinta). Don Juan y Don Felis aparecen, y Don Juan se muestra celoso por una "música y cena" que una dama recibió la noche anterior. Don García, a pesar de haber llegado a Madrid el día anterior, se atribuye la fiesta, diciendo que él la dio. Tristán, en un aparte, se asombra de estas invenciones. Don García elabora una descripción exagerada y fantasiosa de la fiesta nocturna, llena de detalles sobre la comida, la música, los fuegos artificiales y el lujo, afirmando que su amante la iluminó con su belleza. Don Juan queda asombrado por el relato, mientras Tristán, en un aparte, se maravilla de que pueda "pintar un convite tal / que a la verdad misma venza". Don García justifica su mentira ante Tristán al final de la escena: se fingió "perulero" porque los forasteros ricos tienen más éxito con las damas. Inventó haber estado un mes en Madrid para dar una imagen de grandeza y retiro. La fiesta la inventó para no sentir envidia o admiración por los relatos ajenos, pues "admirarse es ignorancia, / como invidiar es bajeza", y para ser el que sorprende con sus historias. Su principal motivo es "Ser famosos es gran cosa, / el medio cual fuere sea; / nómbrenme a mí en todas partes, / y murmúrenme siquiera", porque "es este mi gusto, / que es la razón de más fuerza". Tristán le advierte que estas son "Juveniles opiniones".
Don Beltrán visita a Jacinta y a su tío, Don Sancho, para proponer el matrimonio de Don García con ella. Don Beltrán alaba la calidad y hacienda de su hijo. Jacinta responde con cautela, pidiendo ver a Don García pasar por la calle desde detrás de una celosía antes de comprometerse, para proteger su honor en caso de que el compromiso no se concrete. Se acuerda que Don Beltrán y Don García pasarán por su calle esa tarde.
Jacinta confiesa a su criada, Isabel, que su corazón pertenece a Don Juan, pero el "hábito" de él impide su unión. Aunque busca otras pretensiones para "divertirme" y no "morirme", su amor por Don Juan sigue vivo. Reconoce que el "galán indiano" (Don García) le pareció muy bien y que, si fuera "tan discreto, / tan gentilhombre y galán", la boda tendría efecto. Desea hablar con Don García para conocer su alma, pero teme la reacción de Don Juan. Isabel la anima a actuar, llamando a Don Juan "el perro del hortelano". Jacinta idea un plan: pedirá a su amiga Lucrecia que llame a Don García a su casa, y Jacinta se esconderá tras una ventana para hablar con él en secreto.
Isabel parte para hablar con Lucrecia. Don Juan intercepta a Isabel y luego confronta a Jacinta, acusándola con celos de haber tenido la "música y cena" en el río con otro hombre. Jacinta niega las acusaciones, pero Don Juan le detalla todo lo que sabe de la fiesta, afirmando que Don García fue el autor. Don Juan, cegado por los celos, se niega a escuchar explicaciones, declarando su daño y su pérdida. Asegura haber visto la verdad en los "mismos ojos" de Don García. También la increpa por la visita de Don Beltrán, asumiendo que "de noche estás con el hijo, / y con el padre de día". En su furia, Don Juan jura que Jacinta no vivirá contenta y que el "vulcán de mis celos" la abrasará. Jacinta le ruega que la escuche para aclararlo, pero Don Juan se marcha, negándose a escuchar y pidiendo la mano de Jacinta como condición, justo cuando el tío de ella sale, terminando el Acto I.
Blas Molina