Don Gil de las calzas verdes (I)
Comedia de Tirso de Molina
Don Gil de las calzas verdes (I)
Comedia de Tirso de Molina
Comedia famosa de Tirso de Molina.
Nuestro camino español por el Siglo de Oro nos lleva hoy a una de sus cumbres: Don Gil de las Calzas Verdes, de Tirso de Molina. Considerada la comedia de enredo más perfecta del teatro barroco español, la obra es un monumento a la inteligencia y la audacia.
Su protagonista, doña Juana, encarna precisamente eso: un personaje femenino activo y poderoso, cuya genialidad para manipular identidades la convierte en un arquetipo de vigencia sorprendente.
He aquí la paradoja: que una figura de tal modernidad, capaz de inspirar innumerables montajes teatrales desde su estreno en 1615, brille por su ausencia en la narrativa audiovisual contemporánea de su propio país.
Esta omisión no es casual ni inocente. Es el síntoma de una élite política y cultural, sumisa a intereses ajenos y acomplejada, que prefiere pedir perdón por nuestra historia —¿verdad, señor Albares?—en lugar de estudiarla, celebrarla y, sobre todo, utilizarla. Mientras doña Juana se servía de su ingenio para crear su propio destino, nuestros gestores contemporáneos carecen del ingenio y la voluntad para aprovechar el legado que tienen a su disposición. Prefieren enterrar nuestro esplendor antes que vivirlo, y en ese camino, condenan al olvido a heroínas que, como doña Juana, llevan siglos esperando una adaptación a la altura de su legado.
Acto Primero. El Origen del Doble Engaño y las Calzas Verdes.
El Acto Primero de Don Gil de las calzas verdes se inicia en el Puente Segoviana de Madrid con la llegada de la protagonista, Doña Juana, disfrazada de hombre, vestida completamente de verde (“calza y vestido todo verde”), acompañada por su criado, Quintana. Quintana, quien ha guardado silencio por cinco días desde que partieron de Valladolid, le ruega a su ama que aclare el motivo de su viaje y su disfraz.
Doña Juana accede a relatar su historia, que se remonta a dos meses antes en Valladolid, donde conoció a un hombre al que describe como “un Adonis bello” cerca de la Vitoria. Este hombre, Don Martín de Guzmán, le robó el alma. Ella describe su primer encuentro con una hermosa metáfora: “Diome un vuelco el corazón, / porque amor es alguacil / de las almas, y temblé / como a la justicia vi”. Después de dos meses de cortejo, Don Martín le dio “palabra de esposo”, pero su promesa resultó ser “tan pródiga en las promesas / como avara en el cumplir”.
La desgracia de Doña Juana comenzó cuando el padre de Don Martín se enteró del compromiso y, movido por la codicia y el interés económico (“el oro, que es sangre vil / que califica interés”), concertó un matrimonio más ventajoso para su hijo con Doña Inés, una dama de Madrid con setenta mil ducados. Para evitar que Doña Juana ejecutara la justicia, el padre de Don Martín lo envió a Madrid bajo una identidad falsa: debía cambiar su nombre de Don Martín a Don Gil. Además, el padre de Don Martín escribió a Don Pedro (padre de Doña Inés), indicando que, dado que su hijo ya estaba desposado con la noble pero pobre Doña Juana Solís, enviaba en su lugar a este “don Gil de no sé quién”.
Doña Juana, habiendo descubierto la trama gracias a su diligencia y al dinero (“el oro, que dos diamantes / bastante son para abrir / secretos de cal y canto”), decidió disfrazarse y seguir a Don Martín a Madrid para frustrar sus planes. Despide a Quintana para que no la descubran por él, y acto seguido, encuentra a Caramanchel, un lacayo desempleado. Caramanchel se introduce con un extenso y humorístico recuento de sus desafortunados empleos anteriores, incluyendo a un médico barbado y un abogado vanidoso. Doña Juana lo contrata y, al preguntarle su nombre, ella responde que se llama Don Gil.
La escena se traslada a Don Pedro, quien lee la carta de Don Andrés de Guzmán, confirmando que el nuevo pretendiente de su hija Inés es Don Gil de Albonoz, un hombre de sangre, discreción y una futura renta de diez mil ducados. Don Pedro recibe a Don Martín, quien ahora se presenta como Don Gil, y le propone que conozca a Doña Inés esa misma tarde en la Huerta del Duque sin revelar aún su identidad. Don Martín celebra aparte con Osorio, su criado y confidente, que el engaño (“embeleco”) es “excelente”.
Mientras, Doña Inés está con Don Juan, su pretendiente. Don Juan, celoso, le pide que no vaya a la huerta, pero Doña Inés lo calma asegurándole: “Tú solamente has de ser / mi esposo”. Don Pedro escucha esto y, alterado, le anuncia a Inés que la casará con el rico Don Gil de Valladolid. Doña Inés, despreciando inicialmente el nombre (“¿Don Gil? / ¿Marido de villancico?”), acepta ir a la huerta para verlo.
Doña Juana, ya en la huerta, se acerca a Doña Inés, Doña Clara y Don Juan, presentándose como un forastero de Valladolid llamado Don Gil. Doña Inés, convencida de que este es el pretendiente que su padre le ha prometido, se queda prendada de la figura de Doña Juana: “¡Qué airoso y gallardo talle! / ¡Qué buena cara!”. Después de un baile al son de los músicos, Doña Inés le confiesa a Doña Juana: “Ya le he visto, ya le quiero, / ya le adoro…” y le declara su amor: “¡Muy enamorada estoy!”.
Tras retirarse Doña Juana (“Don Gil de las calzas verdes”), Don Martín y Don Pedro entran en escena. Don Pedro presenta a Don Martín (el otro Don Gil) como el prometido. Doña Inés, completamente confundida y disgustada, rechaza a Don Martín: “¿Vos don Gil? / Yo. / ¡La bobada!”. Ella insiste en que el verdadero Don Gil es joven, sin barba, y lleva un atuendo específico: “unas calzas todas verdes, / que cielos son, y no calzas”. Doña Inés asegura que su esposo es “Don Gil de las calzas verdes”, dejando a Don Martín y a Don Pedro sumidos en la perplejidad y el desconcierto.
Blas Molina