24 de octubre de 2023
Un idioma común
24 de octubre de 2023
Un idioma común
A estas alturas de mes muchos son los ríos de tinta que se llevan vertidos criticando esta absurda imposición sobre las lenguas, incluido el gasto en pinganillos y traductores que el Congreso necesita para llevar a cabo semejante dislate. Todo con el fin de que una serie de diputados que odian España y cuyo objetivo es destruirla, puedan expresarse en otras lenguas convirtiendo la cámara en una nueva versión de la Torre de Babel y aprovechando la circunstancia de que un tipo llamado Pedro Sánchez está dispuesto a hacer lo que sea para seguir llevándonos al abismo.
Pero vayamos por partes y comencemos por lo que nos dice el sentido común que aquí es el menos común de los sentidos: si una persona se dirige a otra en un idioma que desconoce, sabiendo que puede hacerlo en otro idioma que hablan ambos, esa persona es simplemente una maleducada por no llamarla de otra forma.
No perdamos tampoco de vista que desde la aparición del homo sapiens, los idiomas surgen a lo largo de la historia para que las personas se comuniquen. En la España actual sucede justo lo contrario, culminando en este esperpento lingüístico. Así que pudiendo dar un uso mucho más adecuado y social a esta partida de dinero público, lo usamos para que determinados diputados catalanes, vascos o gallegos puedan expresarse en una lengua que el resto no entiende en vez de utilizar la que es común a todos que es a la que, en definitiva, va a traducirles el pinganillo para que se enteren de lo que los otros dicen. No se puede ser más patético.
Por esa regla de tres, una vez que retrocedamos varios siglos y en determinados territorios perdamos definitivamente la lengua común en pos de las locales, suponemos que alguno tendrá la idea de abandonar paulatinamente esas lenguas en pos de una anterior, como el latín. Eso sí, cuando nuestros bisnietos tengan la ocasión de poderse comunicar en latín, ya saldrá el listo de turno abogando por recuperar poco a poco, como lengua vehicular en la enseñanza, la lengua de los vacceos, de los arévacos o numantinos. Para llegar a ello, solo se necesitará una cosa: que alguien descubra que puede vivir de dicha imposición vía chiringuito subvencionado.
A todo este despropósito se ha sumado el diputado aragonesista Jorge Pueyo, de la CHA, aquel partido de Labordeta venido a bastante menos, integrada en Sumar. Un tontaina de niñato que ha manifestado que a él y supuestamente a todos aragoneses se nos ha reprimido por no permitirnos hablar en la escuela en eso que denominan "aragonés", una lengua sacada artificialmente mezclando dialectos pirenaicos y que solo habla menos del 1% de los aragoneses.
Afortunadamente a los cuatro pringadetes que sueñan con un Aragón independiente ni siquiera se los toma en serio un independentismo catalán y vasco que cuando habla de llevar las otras lenguas al Parlamento Europeo, nunca incluye al aragonés sino única y exclusivamente al catalán, euskera y gallego. ¿Cuál es entonces el papel de Jorge Pueyo y la CHA? Obtener votos en Aragón para que los administren otros a los que nuestro territorio les importa un bledo.
La pena de todo este burdo pero caro sainete, es que no hayan podido vivirlo y plasmarlo con la genialidad que les caracterizó, los Alfonso Paso, Fernando Vizcaíno Casas, Valle Inclán o Berlanga, entre otros, con cuyo material disponible hubieran tenido que trabajar a destajo durante décadas.
Tampoco nos llevemos a mucha sorpresa, pues está pasando lo que tenía que pasar: si juntas dos de los mayores enemigos de los españoles como son las autonomías que nos dividen en Reinos de Taifas, y los partidos políticos que nos vuelven a dividir de nuevo entre los "nuestros" y los "otros", añadamos la peor clase política de nuestra historia y un desastre educativo con carácter crónico para que la coctelera salte por los aires, culminando en la degeneración actual.
Y mientras el circo de la Carrera de San Jerónimo sigue su curso con funciones diarias para todos públicos, el precio de los alimentos o el combustible sigue subiendo haciéndonos la vida un poquito más difícil a todos, menos a esta clase política ajena a los problemas cotidianos a los que nos enfrentamos a diario.
Decía Bismarck que España era el país más fuerte del mundo porque llevando más de 200 años queriéndonos autodestruir, no lo habíamos logrado. Puede que tuviese razón, pero a la vista de los acontecimientos nos asalta un mar de dudas. ¿Serán algún día capaces de conseguirlo? ¿Podremos en algún momento volver a ser una nación que se quiera y respete a sí misma?
José Luis Morales