El condenado por desconfiado (I)
de Tirso de Molina
El condenado por desconfiado (I)
de Tirso de Molina
EL CONDENADO POR DESCONFIADO.
Comedia famosa de Tirso de Molina.
En nuestro camino español por el Siglo de Oro, aprovechamos la Semana Santa para visitar esta obra de Tirso de Molina, que encierra y de qué manera, la esencia del pensamiento español. Tirso plantea una tensión teológica entre fe y obras a través de los personajes de Paulo (el anacoreta que, pese a su vida de ascetismo, duda de su salvación y cae en la desesperación) y Enrico (el bandido pecador que, aunque vive en el crimen, mantiene una fe sincera en la misericordia divina y se arrepiente al final). En este Domingo de Resurrección, se celebra que Cristo vence al pecado y ofrece redención a quienes creen en Él. Paulo representa al que, pese a sus esfuerzos, no confía en ese amor redentor; Enrico, al pecador que, como el buen ladrón, se salva por fe. La obra es, así, un recordatorio de que la Pascua no es triunfo de los “perfectos”, sino de los que, en su debilidad, aceptan la gracia.
Jornada I. La duda y el fatal ejemplo.
La Jornada Primera nos introduce en un mundo de profunda fe, tentaciones diabólicas y una corrupción moral escalofriante. A través de una serie de encuentros y revelaciones, el destino de un ermitaño virtuoso comienza a entrelazarse de manera inquietante con el de un hombre abrumadoramente malvado.
La obra se abre con la figura de Paulo, un ermitaño en su "dichoso albergue", alabando la serenidad de su vida solitaria. Sus primeros versos reflejan una profunda conexión con la naturaleza y una contemplación de la gloria divina: "¡Dichoso albergue mío, / soledad apacible y deleitosa / que al calor y al frío / me dais posada en esta selva umbrosa."
Poco después, aparece Pedrisco, el gracioso, criado de Paulo, quien contrasta la espiritualidad de su amo con sus propias necesidades terrenales, lamentando su dieta de hierbas.
La serenidad inicial de Paulo se ve perturbada por un sueño aterrador sobre la muerte y la condenación. Despierta angustiado y lleno de dudas sobre su salvación, cuestionando el juicio divino en un monólogo que revela su profunda confusión: "¿Heme de condenar, mi Dios divino, / como este sueño dice, o he de verme / en el sagrado alcázar cristalino? / [...] ¿He de ir a vuestro cielo o al infierno?"
En este momento de vulnerabilidad, el Demonio hace su aparición en lo alto del escenario. Revela su plan de aprovechar la duda de Paulo, considerándola una manifestación de soberbia y desconfianza en la fe. Con astucia, el Demonio se disfraza de ángel y se dirige a Paulo con un mensaje aparentemente divino. Le comunica que Dios ha escuchado sus plegarias y le ordena viajar a Nápoles, específicamente a la puerta del Mar, para observar a un hombre llamado Enrico, hijo de Anareto. El falso ángel sentencia que el destino de Paulo estará irrevocablemente ligado al de Enrico: si Enrico se condena, Paulo correrá la misma suerte, y si Enrico se salva, Paulo también alcanzará la gloria celestial.
Paulo, creyendo firmemente en la veracidad del mensaje divino, se llena de alegría y decide emprender el viaje a Nápoles junto a Pedrisco. Pedrisco, aunque irónicamente algo nostálgico por los placeres que dejaron atrás, acepta seguir a su amo. El Demonio, satisfecho con su engaño, se retira.
La escena cambia a Nápoles, donde se presentan Otavio y Lisandro. Su conversación se centra en la reputación de una mujer llamada Celia. Lisandro se siente atraído por su fama de discreta, mientras que Otavio le advierte sobre la falsedad de esta imagen, describiendo la casa de Celia como un lugar frecuentado por hombres de toda índole, incluyendo a Enrico, a quien califica como el hombre "tan mal inclinado" de Nápoles, mantenido por Celia. A pesar de la advertencia, Lisandro decide visitar a Celia, acompañado por Otavio.
Al llegar a la casa de Celia, la encuentran leyendo. Los caballeros entran con la excusa de pedirle versos. Mientras Celia accede a escribir para ellos, irrumpe Enrico con Galván, mostrando una actitud violenta y celosa. Enrico, sin mediar palabra, los amenaza y los ataca con su espada, obligando a Otavio y Lisandro a huir despavoridos.
Tras el altercado, Enrico reprende duramente a Celia por permitir la entrada de otros hombres, demostrando su naturaleza posesiva y agresiva. Le exige las joyas que los caballeros le habían ofrecido. A pesar de este desplante, Celia consigue que Enrico la lleve esa tarde a la Puerta de la Mar, lugar al que también ordena a sus secuaces Galván, Escalante, Cherinos y Roldán que acudan con sus propias acompañantes.
Finalmente, Paulo y Pedrisco llegan a la Puerta de la Mar. Pedrisco evoca recuerdos de su pasado en la ciudad. En ese momento, Paulo escucha el nombre de Enrico cuando éste y sus acompañantes detienen a un mendigo. Con una crueldad escalofriante, Enrico arroja al pobre hombre al mar, justificando su acción como una manera de liberarlo de la pobreza: "Llegome a pedir un pobre una limosna; / doliome el verle con tan gran miseria, / y porque no llegase a avergonzarse / a otro desde hoy, cogile yo en los brazos / y le arrojé en el mar."
Este acto de extrema maldad confirma a Paulo que este es el Enrico al que el falso ángel se refería. Enrico y sus secuaces se disponen a participar en un macabro concurso: cada uno debe relatar sus mayores fechorías para determinar quién merece una corona de laurel por su maldad. Escalante y Cherinos narran con orgullo sus crímenes. Finalmente, es el turno de Enrico, quien se explaya en un relato escalofriante de su vida llena de violencia, robos, asesinatos, violaciones y sacrilegios, jactándose de su falta de respeto por la ley y la religión. Algunos de sus versos más impactantes revelan la profundidad de su depravación: "Yo nací mal inclinado / como se ve en los efetos / del discurso de mi vida / que referiros pretendo. / [...] Seis doncellas he forzado; / dichoso llamarme puedo / pues seis he podido hallar / en este felice tiempo."
Tras escuchar la confesión de Enrico, Paulo se hunde en la desesperación. Reconoce en él al hombre descrito por el falso ángel y se lamenta de su destino, convencido de que si su salvación depende de un ser tan perverso, su condenación es inevitable. En un giro sorprendente, y motivado por la desconfianza en la justicia divina ante tal conexión predestinada, Paulo decide abandonar su vida de penitencia y seguir el ejemplo de Enrico, volviéndose también un malvado: "Pues es ansí, seguir quiero / su misma vida. Perdone / Dios aqueste atrevimiento; / si su fin he de tener, / tenga su vida y sus hechos…"
Paulo y Pedrisco resuelven ir al monte para unirse a los bandoleros, desechando sus hábitos de ermitaños. Paulo declara su intención de igualar o superar la maldad de Enrico, ya que comparten el mismo destino infernal. La Jornada Primera concluye con la determinación de Paulo de vivir una vida de placer en el mundo antes de su esperada condenación, siguiendo los pasos de Enrico.
Blas Molina