La verdad sospechosa (II)
de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza
La verdad sospechosa (II)
de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza
En el primer acto conocimos a Don García, quien al llegar a Madrid era recibido por su padre, Don Beltrán, y su nuevo sirviente, Tristán. La trama se complicaba enseguida cuando Don Beltrán interrogaba al Letrado sobre el carácter de su hijo, revelando que el mayor defecto de Don García es su tendencia a mentir. En paralelo, Don García, a pesar de haber llegado a la corte el día anterior, se embarcaba en un cortejo engañoso hacia Jacinta, presentándose como un "indiano" adinerado que ya había organizado una lujosa fiesta nocturna. En el primer acto se estableció la dualidad entre la verdad y la mentira como tema central, mostrando cómo las falsedades de Don García, aunque arriesgadas, le permitían avanzar en sus objetivos románticos y sociales, chocando con los celos de Don Juan y las ansias de su padre por casarlo.
Acto II. La telaraña de engaños y la verdad sospechosa.
La escena comienza con Don García leyendo una carta que le ha sido entregada. El contenido del papel indica: "La fuerza de una ocasión me hace exceder del orden de mi estado. Sabrala vuestra merced esta noche por un balcón que le enseñará el portador, con lo demás que no es para escrito, y guarde Nuestro Señor". Camino revela que la carta es de Doña Lucrecia de Luna. Don García, convencido de que es la dama que lo fascinó en la platería (a quien él cree que es Lucrecia, pero en realidad era Jacinta), expresa su alegría: "¡Suerte dichosa!". Camino describe a Lucrecia como "hermosa, discreta y virtuosa", hija de un padre viudo y viejo, con una renta de dos mil ducados, y de noble linaje: su padre es Luna y su madre fue Mendoza, "tan finos como un coral". Camino concluye que Lucrecia "merece un rey por marido". Don García se emociona y exclama: "¡Amor, tus alas te pido, / para tan alto sujeto!". Camino le indica que vive "A la Vitoria" y que él mismo le guiará a su casa esa noche.
Un Paje entrega un segundo papel a Don García, que contiene un desafío de Don Juan de Sosa: "Averiguar cierta cosa / importante a solas quiero / con vos. A las siete espero / en San Blas. Don Juan de Sosa". Don García reacciona con sorpresa y confusión, preguntándose "¿Qué causa puede tener / don Juan si yo vine ayer / y él es tan amigo mío?". Tristán nota su cambio de color, pero Don García no le revela nada.
Don Beltrán aparece y le dice a Don García que saldrán a caballo juntos para tratar un negocio. Le aconseja prudencia en la corte, especialmente con el juego y las conversaciones, y que "habléis contadas razones". Don Beltrán le pregunta a Tristán si ha pasado el día con Don García y le pide, bajo juramento, que le diga "lo que sientes de él". Tristán, tras la insistencia de Don Beltrán, revela la verdad: Don García tiene "un ingenio excelente" pero también "caprichos juveniles / con arrogancia imprudente". Confiesa que Don García tiene "aquel hablar arrojado, / mentir sin recato y modo, / aquel jactarse de todo, / y hacerse en todo estremado". Tristán confiesa: "Hoy en término de una hora / echó cinco o seis mentiras", y lo peor es que son tan evidentes que "podrá / cogerle en ellas cualquiera". Don Beltrán expresa su profundo dolor: "¡Válgame Dios! /... ¡Ah, Dios!". Don Beltrán se lamenta de la situación de su hijo, considerando que este vicio es "un gran contrapeso" a su vejez. A pesar de su pesimismo sobre la corrección del vicio, decide actuar rápidamente: "Hoy he de acabar, / si puedo, su casamiento. / Con la brevedad intento / este daño remediar, / antes que su liviandad / en la Corte conocida, / los casamientos le impida / que pide su calidad".
Isabel y Jacinta ven a Don Beltrán cabalgando con Don García, a quien Jacinta reconoce como el "perulero" (indiano) de la platería. Jacinta se da cuenta de que Don García le mintió sobre su identidad y su procedencia: "¡Hay tal! ¿Cómo el embustero / se nos fingió perulero / si es hijo de don Beltrán?". También se da cuenta de que mintió sobre llevar un año en Madrid, pues Don Beltrán le dijo que su hijo "ayer a Madrid... de Salamanca llegó". Isabel intenta justificar las mentiras, diciendo que el dinero abre puertas y que para "acreditar su amor, / se valga de una mentira". Isabel también deduce que la visita del padre de Don García ese mismo día para proponer matrimonio no es casualidad, sino que "ha salido de su mano".
Don Beltrán le da un largo sermón a Don García sobre la nobleza y el honor, explicando que no basta con nacer noble, sino que "Solo consiste en obrar / como caballero, el serlo". Le increpa duramente por su fama de mentiroso: "¿Qué cosa es que la fama / diga a mis oídos mesmos / que a Salamanca admiraron / vuestras mentiras y enredos? / ¡Qué caballero y qué nada! / Si afrenta al noble y plebeyo / solo el decirle que miente, / decid, ¿qué será el hacerlo...?". Don Beltrán critica que la mentira no da "gusto o provecho" a diferencia de otros vicios, sino "infamia y menosprecio". Don García intenta negarlo, pero su padre le dice: "aun desmentir / no sabéis, sino mintiendo". Finalmente, Don Beltrán anuncia a Don García que le ha concertado un matrimonio con Jacinta, hija de don Fernando Pacheco, a quien describe como un ser con "tantas, tan divinas partes / en un humano sujeto".
Don García, para evitar el matrimonio con Jacinta, le miente a su padre que "soy casado". Inventa una historia fantasiosa y detallada sobre una boda secreta en Salamanca con Doña Sancha, hija de don Pedro Herrera, a quien describe con exageración. La historia incluye un flechazo, rondas nocturnas, un encuentro secreto en el aposento de Sancha, la llegada inesperada del padre de Sancha, un reloj que da las doce a destiempo, la caída de una pistola, el desmayo de Sancha, una pelea con sus hermanos y criados, y finalmente, para evitar más desgracias, una boda forzada y secreta bendecida por un sacerdote. Don García concluye diciendo que no le dijo nada a su padre porque su esposa es pobre. Don Beltrán, a pesar de la incredulidad, se ve forzado a aceptar las "circunstancias del caso... que la fuerza de la suerte / te destinó esa consorte". Solo le culpa de habérselo callado.
Don García se regocija por haber engañado a su padre: "Dichosamente se ha hecho. / Persuadido el viejo va: / ya del mentir no dirá / que es sin gusto y sin provecho, / pues es tan notorio gusto / el ver que me haya creído, / y provecho haber huido / de casarme a mi disgusto". Reflexiona sobre la facilidad con la que su padre le creyó: "¡Qué fácil de persuadir, / quien tiene amor, suele ser! / Y, ¡qué fácil en creer / el que no sabe mentir!".
Inmediatamente después, se dirige a su cita con Don Juan para el desafío, asombrado de que en tan poco tiempo tenga "amor y casamiento, / y causa de desafío".
Don Juan confronta a Don García, acusándolo de haber dado la fiesta a Jacinta la noche anterior, con quien él tiene un casamiento concertado. Don García, para librarse, miente de nuevo, negando la fiesta y afirmando que la dama de la fiesta está casada y él apenas la conoce: "La dama, don Juan de Sosa, / de mi fiesta, ¡vive Dios!, / que ni la habéis visto vos, / ni puede ser vuestra esposa; / que es casada esta mujer, / y ha tan poco que llegó / a Madrid, que solo yo / sé que la he podido ver". Incluso promete no verla más si así lo desea Don Juan. Don Juan se da por satisfecho, pero Don García insiste en luchar por la afrenta del desafío. Don Felis interviene y detiene el duelo, revelando la verdad: la fiesta fue una confusión. Las primas de Jacinta pidieron prestado su coche para ir al río, y el paje de Don Juan las confundió con Jacinta y Lucrecia. Don Felis también revela la verdad sobre Don García: "Es que el dicho don García / llegó ayer en aquel día / de Salamanca a Madrid, / y en llegando se acostó, / y durmió la noche toda, / y fue embeleco la boda / y festín que nos contó". Confirma que Don García es un "Embustero" y que sus historias eran "mentira patente".
Don García le dice a Tristán que para mantener la mentira del casamiento con Doña Sancha, interceptará las cartas que su padre envíe a Salamanca y las responderá él mismo, "entreteniendo / la ficción cuanto pudiere". Jacinta, Lucrecia e Isabel salen al balcón. Lucrecia ha enviado una carta a Don García para que acuda allí, pensando que hablará con Lucrecia, pero es una estratagema de Jacinta para conocerlo mejor. Don García llega y, creyendo que está hablando con Lucrecia, se declara su "esclavo de Lucrecia". Jacinta y Lucrecia, en apartes, lo tachan de "embustero" y de tener amor "para todas".
Jacinta, todavía fingiendo ser Lucrecia, le dice que ha sabido que "es imposible casaros" porque "sois casado". Don García lo niega vehementemente, jurando "Soltero soy, ¡vive Dios!". Jacinta y Lucrecia se asombran de su desvergüenza al jurar. Jacinta entonces lo confronta directamente con todas sus mentiras previas: "Mal acreditado estoy / con vos. Es justo castigo; / porque mal puede conmigo / tener crédito quien hoy / dijo que era perulero, / siendo en la Corte nacido; / y siendo de ayer venido, / afirmó que ha un año entero / que está en la Corte; y habiendo / esta tarde confesado / que en Salamanca es casado, / se está agora desdiciendo; / y quien pasando en su cama / toda la noche, contó / que en el río la pasó / haciendo fiesta a una dama". Tristán, en un aparte, confirma: "Todo se sabe".
Don García, desesperado, intenta justificarse, alegando que Jacinta (a quien cree Lucrecia) fue la "causa" de su mentira sobre estar casado. Explica que su padre le propuso otro matrimonio, y él, al ser "vuestro", dijo que estaba casado, porque "soy casado para todas, / solo para vos soltero". Afirma que su "afición" (amor) le hizo decir esa mentira.
Jacinta (todavía asumiendo el rol de Lucrecia) se sorprende de que se muestre "tan perdido" sin apenas conocerla. Don García, en un nuevo giro, le dice: "Hoy vi vuestra gran beldad / la vez primera, señora; / que el amor me obliga agora / a deciros la verdad". Esto contradice su mentira anterior de haberla amado por un año. Luego, la adula con detalles que revelan que sí conoce a Lucrecia de Luna (la verdadera Lucrecia): "Bien os conozco las partes: / sé bien que os dio la fortuna, / que sin eclipse sois Luna / que sois M[endo]za sin Martes, / que es difunta vuestra madre, / que sois sola en vuestra casa, / que de mil doblones pasa / la renta de vuestro padre".
Jacinta (como Lucrecia), poniéndole a prueba, le pregunta si Jacinta no es hermosa y rica, adecuada para ser su esposa. Don García responde que Jacinta "es discreta, rica y bella; / mas a mí no me conviene", y su mayor falta es "que es no querella". Jacinta insiste en que ella misma quería casarlo con Jacinta, pero Don García reitera que está casado para evitar ese tipo de propuestas, incluso amenazando con ser "casado en Turquía". Finaliza con una nueva jura: "Esto es verdad, ¡vive Dios!, / porque mi amor es de modo, / que aborrezco aquello todo, / mi Lucrecia, que no es vos". Jacinta, exasperada por tanta falsedad, le recrimina: "¡Que me tratéis / con falsedad tan notoria! / Decid, ¿no tenéis memoria, / o vergüenza no tenéis? / ¿Cómo, si hoy dijistes vos / a Jacinta que la amáis, / agora me lo negáis?". Don García, al límite, miente de nuevo que nunca ha hablado con Jacinta desde que llegó a Madrid: "¿Yo a Jacinta? ¡Vive Dios, / que sola con vos he hablado / desde que entré en el lugar!". Jacinta, dándose cuenta de la incorregibilidad de Don García, lo despide diciéndole que, si alguna vez vuelve a escucharlo, será solo "por divertirme... / como quien para quitar / el enfadoso fastidio / de los negocios pesados, / gasta los ratos sobrados / en las fábulas de Ovidio". Se retira, dejando a Don García confuso.
Don García, atónito, se pregunta: "¿Verdades valen tan poco?". Tristán responde con una verdad amarga: "En la boca mentirosa". Y le advierte: "De aquí, si lo consideras, / conocerás claramente / que quien en las burlas miente, / pierde el crédito en las veras", terminando así el segundo acto.
Blas Molina