Santa Teresa de Jesús (II)
Comedia de Lope de Vega Carpio
Santa Teresa de Jesús (II)
Comedia de Lope de Vega Carpio
En la casa de Don Alonso se desarrolla un conflicto de honra y amor entre los dos pretendientes, Don Diego y Don Ramiro, que compiten por su hija a través de cartas. La tensión escala hasta un duelo inminente, interrumpido por Don Alonso, quien se siente deshonrado por los papeles que su hija oculta en la manga, temiendo por su honor familiar. Al final, Teresa rechaza a ambos pretendientes terrenales y declara su deseo de ser monja, eligiendo a Dios como su "verdadero esposo", lo que su padre acepta con una mezcla de sorpresa y alivio al ver resuelto el conflicto de manera honrosa.
Jornada segunda. Misticismo, demonios y fundación de las Carmelitas.
La Jornada Segunda se centra en la profunda experiencia mística de Teresa de Jesús, su lucha contra la enfermedad y las fuerzas demoníacas, y el inicio milagroso de su vocación fundadora, marcada por el triunfo de la obediencia sobre la visión personal.
La acción comienza con una escena profundamente mística: el encuentro de Teresa de Jesús con un Ángel, quien la hiere con una lanza, simbolizando la transverberación. El Ángel explica que este golpe es un favor divino, un dardo con "fuego de amor, que enciende y nunca abrasa", destinado a rasgar su pecho y causar una mezcla de "pena, dolor, contento y alegría". Teresa recibe el castigo amoroso con fervor, equiparando su sufrimiento con el de Cristo: "pues a vos, dulce Esposo, os dió Longinos / la lanzada con que os rompió el costado, / y a mí me abrasa un serafín del cielo".
Tras esta experiencia, Teresa cae gravemente enferma, sufriendo un "mal de corazón" que la Abadesa considera terminal, pues "Morirá dentro de un hora". El ermitaño Mariano acude a la enfermería y, aunque lamenta su estado, profetiza que Teresa no morirá, sino que está destinada a ser "madre Teresa" de una Religión que se esparcirá y la hará famosa como una "mujer varonil y fuerte".
Mientras su vida pende de un hilo, el alma de Teresa es objeto de un pleito celestial. Se abre un juicio entre el Ángel de la Guarda y el Demonio, presidido por la Justicia y asistido por San Miguel. El Demonio exige justicia para que el alma muera, mientras que el Ángel clama por misericordia. La intercesión del justo Mariano ("viva doña Teresa, mi Dios, viva") detiene el curso de la muerte. El Demonio, enfurecido, revela ante la Justicia la espantosa visión de la silla ardiente que Teresa merecía en el infierno por sus "livianos intentos y descuidos". No obstante, la Justicia concede un nuevo término, pues Teresa "Volvióse a mí con amoroso pecho" y "está guarda para grandes cosas".
Teresa vuelve en sí, recuperada, pero turbada por la visión de la silla, el Ángel y el Demonio. Pronto recibe la gracia que impulsará su misión: una patente que le otorga el Supremo Superior para fundar conventos de las Descalzas de la Orden de Carmelitas. Teresa abandona su nombre secular, anunciando con solemnidad: "Teresa de Jesús soy, / y este nombre se me da". En confesión con Mariano, le revela que el propio Dios se le apareció tres veces (como Niño, en la Columna y Crucificado) para darle palabra de que abriría la puerta de esta aventura.
En este punto, el Demonio interviene, tratando de convencer a Mariano de que las visiones son ilusiones y "maraña". Mariano, cauteloso y riguroso en su oficio, ordena a Teresa someterse a la obediencia absoluta y desconfiar de las visiones, aconsejándole que, si se le presentasen, hiciese "higas y cruces". Teresa, decidida a obedecer a su confesor sobre cualquier aparición, se encuentra confrontada por el Niño Jesús y los apóstoles San Pablo y San Pedro, quienes le impiden la huida. Teresa se excusa ante el Niño Jesús, culpando a su director: "si peco obedeciendo, / culpad a mi confesor". El Niño, en lugar de castigarla, la premia por su obediencia: "nuevo premio mereces, / con lo bien que hoy obedeces", y acepta el gesto insólito de las "higas y cruces" que ella le ofrece por mandato de Mariano, estimándolas porque son "de obediencia, / valen más que de cristal".
Tras la victoria de la obediencia, los obstáculos materiales surgen de inmediato. Doña Juana, la hermana de Teresa, informa que la casa concertada para la fundación está en ruinas y que la ciudad se opone, encabezada por los regidores (Don Ramiro y Don Diego), celosos porque Juana se casará con Juan del Valle. Los regidores argumentan que la pobreza de las descalzas las llevará a mendigar, lo cual es peligroso para "una mujer, / y más de buen parecer". A pesar de los contrarios, Teresa declara que "Saldré con mi fundación / aunque más contrarios tenga".
El Demonio y Astarot intentan activamente derribar la estructura, temiendo que el convento se convierta en una fuente de almas salvadas. Sin embargo, la construcción se lleva a cabo gracias a Ángeles en figura de oficiales, quienes trabajan diligentemente. La propia Teresa carga tierra, y Don Diego, por amor a Doña Juana, depone su oposición. Al finalizar la obra, surge la duda de cómo pagar a los jornaleros, a lo que Teresa responde con fe: "La casa, hermana, es de Dios, / que es el proveedor de todo". Juan del Valle ofrece quinientos reales, pero en ese instante, los obreros revelan ser "los oficiales del cielo" y desaparecen. El dinero de Valle sobra, confirmando que Cristo ha pagado a sus obreros.
Finalmente, Juan del Valle y Doña Juana formalizan su unión. Don Diego aparece consumido por los celos, iniciando un altercado con Valle e intentando atacarle. Sin embargo, su furia es contenida milagrosamente, pues su brazo "se entorpece" y no puede manejar la espada. La Jornada concluye con la resignación de Don Diego y un último consejo de la criada Petrona sobre el amor: "La naranja y la mujer, / lo que ellas quisieren dar, / porque en llegando a apretar, / amargo el fruto ha de ser".
Blas Molina