La traición en la amistad
de Maria Zayas Sotomayor
La traición en la amistad
de Maria Zayas Sotomayor
Comedia famosa de María de Zayas y Sotomayor.
En nuestro camino español por el Siglo de Oro, no queremos demorar la parada en la obra de una mujer, más en este mes de Marzo del manipulado 8M. En el Madrid del Siglo de Oro, donde las espadas chocan y los corazones laten al ritmo de las intrigas, María de Zayas y Sotomayor escribe “La Traición en la amistad”, estrenada en 1637, una comedia que no solo desnuda las fragilidades humanas, sino que reivindica con firmeza el lugar de la mujer en la literatura. Zayas no es una excepción en un mundo de hombres; es parte de una constelación de mujeres que, con su pluma, desafían las convenciones y demuestran que la creación literaria no tiene género. Junto a ella, nombres como Sor Juana Inés de la Cruz, con su agudo ingenio y su defensa apasionada del derecho de las mujeres al conocimiento, o Ana Caro de Mallén, dramaturga y poeta que brilló en los corrales de comedias, nos recuerdan que las mujeres siempre han estado ahí, escribiendo, pensando, cuestionando. A ellas se suman otras como Leonor de la Cueva y Silva, cuya obra “La firmeza en la ausencia” destaca por su profundidad emocional, y María de Guevara, que con sus textos políticos desafió las normas de su tiempo. Estas mujeres, cuyas obras exploraremos en otros artículos, no fueron rarezas ni excepciones; fueron creadoras esenciales en un tejido cultural que, sin ellas, estaría incompleto. Zayas, con su prosa afilada y su mirada lúcida, nos invita a recordar que la literatura es un territorio sin fronteras de género, y que las mujeres del Siglo de Oro no solo escribieron, sino que lo hicieron con una voz tan poderosa como indispensable.
Jornada I: Un laberinto de pasiones y engaños en la corte.
La primera jornada se abre en el Prado, donde Marcia, con la fogosidad propia de la juventud y el ardor recién prendido, confiesa a su amiga Fenisa el fulminante flechazo que siente por Liseo. "Vi, como digo, a Liseo / en el Prado el otro día, / con más gala que Narciso, / más belleza y gallardía", declara, dejando claro que la visión del galán la ha herido con un veneno que se bebe por la vista. La pasión, según Marcia, ha sido tan avasalladora que Liseo ha entrado en su alma sin permiso, prendiéndola con un "ciego lazo, / que solo la muerte quita".
Fenisa, con una sensatez que contrasta con el arrebato de su amiga, no se muestra precisamente entusiasta. Advierte a Marcia de los peligros de entregarse ciegamente al amor, especialmente en un tiempo donde la hacienda parece pesar más que la belleza o la virtud. "¿Qué piensas sacar de amar / en tiempo que no se mira / ni belleza, ni virtudes, / solo la hacienda se estima?", inquiere Fenisa, con el pragmatismo que da la experiencia o, quizás, un secreto dolor.
Marcia, empero, se muestra impermeable a las advertencias. Afirma que nadie puede vivir sin amor y, para zanjar la discusión, muestra a Fenisa un retrato de Liseo, donde se cifran "todas las gracias del mundo", retándola a negar su atractivo.
Es aquí donde la trama da un giro inesperado. Fenisa, al ver el retrato, exclama un doliente "¡Ay de mí!", revelando un turbio secreto. Sus posteriores palabras y apartes desvelan una verdad incómoda: ella también ama a Liseo. "¡Ay, Dios! ¿Qué he visto? / ¿Qué miras, alma, qué miras? / ¿Qué amor es este o qué hechizo?", se lamenta en voz baja, presa de una lucha interna entre la amistad y la pasión. La visión de Liseo ha significado para ella "el fin de mi triste vida".
En un intento por ocultar sus verdaderos sentimientos y, quizás, apartar a Marcia de su amado, Fenisa intenta disuadir a su amiga, mencionando a un tal Gerardo, a quien Marcia parecía estimar. Pero Marcia, obcecada por su nueva pasión, declara que no está obligada a nadie sino a su gusto. Ante la insistencia de Fenisa, Marcia se impacienta, sospechando que su amiga siente celos y exigiendo que niegue cualquier afecto por Liseo. La tensión entre ambas crece hasta que Marcia, encolerizada, da por terminada la conversación y se marcha, sentenciando que quien hable mal de Liseo perderá su favor.
Tras la partida de Marcia, Fenisa se debate en un monólogo desgarrador, reconociendo la traición que su amor por Liseo implica hacia su amiga. "Soy amiga? Sí. Pues, ¿cómo / pretendo contra mi amiga / tan alevosa traición?", se pregunta, antes de invocar al amor para que se aparte de su camino. Sin embargo, la fuerza de la pasión es avasalladora.
La escena cambia con la aparición de Don Juan, quien confiesa haber subido a ver a Fenisa porque Marcia le había dicho que estaba allí. Don Juan se muestra enamorado de Fenisa, pero esta, aunque le dirige palabras de afecto, tiene su alma prendada de Liseo. Fenisa, en un juego de engaños, finge celos para mantener a Don Juan interesado, mientras secretamente pregunta por Liseo, el hombre por quien ahora muere nuevamente. Don Juan, herido por lo que interpreta como desdén, la acusa de ser "una harpía, / un desamor, un olvido".
Fenisa, para desviar las sospechas de Don Juan, le revela que su interés en Liseo se debe a que este pretende casarse con Marcia. Dice que quería informarse sobre su nobleza y valía, ya que Marcia lo tiene por un espejo de la corte. Fenisa reprende a Don Juan por sus celos infundados y, en un giro aún más sorprendente, declara que a partir de ese día querrá a Liseo, como castigo a los celos de Don Juan y como escarmiento para aquellos hombres que despiertan a las mujeres de su dulce y despreocupado sueño. Finalmente, Fenisa se declara de Liseo y se marcha, dejando a Don Juan furioso.
La escena siguiente nos presenta a Liseo y su lacayo León. Liseo se muestra exultante ante la confesión de amor de Marcia. León, con su lenguaje campechano y lleno de socarronería, introduce una nota de humor y escepticismo. Describe con detalle a las "fregonas" de la corte, contrastándolas con las damas melindrosas y poniendo en duda la idealización del amor cortés.
Liseo, absorto en su dicha, solo tiene ojos para Marcia, a quien describe con una retahíla de comparaciones mitológicas. León, lejos de compartir su entusiasmo, cuestiona la necesidad de tanta castidad y virtud en las mujeres, relatando anécdotas picantes sobre la naturaleza humana y las debilidades carnales, incluyendo una larga historia sobre su propio abuelo, un cura con una numerosa descendencia.
En medio de esta conversación, Fenisa aparece en el balcón y llama a Liseo. Liseo se muestra ansioso por saber si trae algún mensaje de Marcia. Fenisa, en un nuevo acto de doblez, le entrega un papel, afirmando que allí encontrará la respuesta a sus preguntas. En un aparte, revela que ha escrito ese papel, mezclando amor y engaño, mientras dejaba a Don Juan pidiendo a Marcia que intercediera por su reconciliación. Confiesa su contradictorio amor por ambos hombres, explicando que en su alma hay lugar para cuantos ve.
Tras la partida de Fenisa, Liseo lee la carta, que resulta ser de Marcia. En ella, Marcia confiesa su amor por Liseo, declarando que su retrato la ha cautivado y que se atreve a quererle a pesar de todo, pues el amor no respeta amistades ni parentescos. Marcia le cita a medianoche junto a unos hierros azules, donde espera su perdón y sus amorosos pensamientos.
León, con su habitual desparpajo, anima a Liseo a aprovechar la ocasión. Ante la mención de otras mujeres, como Laura, Liseo reacciona con enojo. León, sin embargo, persiste en sus comentarios sobre la inconstancia del amor y los celos, culminando sus impertinencias con más anécdotas familiares de dudosa moralidad. La escena concluye con Liseo anunciando su propósito de ir a ver a Fenisa, incluso con la intención de engañarla, y pide a León que le acompañe.
En la siguiente escena, aparece Gerardo, lamentando su desdichado amor por Marcia. Sus amigos Fabio y Antonio intentan consolarlo con canciones tristes. Marcia y Belisa aparecen brevemente en una ventana, pero Marcia se muestra esquiva a las súplicas de Gerardo. Belisa intenta interceder por él, pero sin éxito. Gerardo, desesperado, se lamenta de la crueldad de Marcia.
Finalmente, la jornada cierra con la aparición de Laura y su paje Felis. Laura se muestra profundamente afligida y confiesa a Felis su desgraciado amor por Liseo. Laura revela que Liseo le dio palabra de esposo y que ella le entregó su honra, pero ahora él la desdeña y la evita. Laura sospecha que Liseo está con otra mujer. Felis intenta consolarla y se ofrece a averiguar la causa del comportamiento de Liseo. La escena concluye con un lamento desesperado de Laura, quien maldice el día en que conoció a Liseo y se declara víctima de un amor no correspondido.
Así termina la primera jornada, dejando al espectador inmerso en un complejo entramado de amores cruzados, engaños, celos y pasiones desenfrenadas, donde la sinceridad escasea y el corazón navega en un mar de incertidumbre.
Blas Molina