Fuente Ovejuna (II)
Comedia de Lope de Vega Carpio
Fuente Ovejuna (II)
Comedia de Lope de Vega Carpio
El Acto Primero comenzaba con Fernán Gómez, el Comendador, mostrando su arrogancia y desprecio por la cortesía en su encuentro con el joven Maestre de Calatrava, a quien incita a la guerra. Al mismo tiempo, se introduce la vida del pueblo de Fuente Ovejuna a través de las labradoras Laurencia y Pascuala, quienes discuten los peligros del Comendador hacia las mujeres y la naturaleza del amor, un tema filosófico que se debate entre los aldeanos. El Comendador, regresando victorioso de la toma de Ciudad Real, es agasajado por el pueblo, pero sus verdaderas intenciones se revelan al intentar abusar de Laurencia, lo que provoca la valiente intervención de Frondoso, quien la defiende y escapa con su ballesta.
Acto Segundo. Abusos del Comendador y Semilla de la Rebelión.
La escena se abre con una conversación entre Esteban, el alcalde, y el Regidor Cuadrado, quienes discuten la necesidad de ser prudentes con el trigo del depósito debido a un mal año, a pesar de las opiniones en contra. Esteban aprovecha para criticar a los astrólogos y su presunción de conocer el futuro, tildándolos de ignorantes que intentan persuadir con "largos prólogos / los secretos a Dios sólo importantes", y señalando que "Ellos en el sembrar nos ponen tasa: / daca el trigo, cebada y las legumbres, / calabazas, pepinos y mostazas... / Ellos son, a la fe, las calabazas".
A continuación, el licenciado Leonelo y Barrildo, recién llegados de Salamanca, entablan un diálogo sobre la lectura y la imprenta. Leonelo, con un tono crítico, lamenta que el exceso de libros impresos por la invención de Gutenberg, un "famoso tudesco de Maguncia", genere más confusión que sabiduría, permitiendo que muchos, por envidia o ignorancia, publiquen obras mediocres bajo nombres respetados. Barrildo, en cambio, valora la imprenta como algo importante.
El descontento en la villa se hace palpable con la aparición de Juan Rojo y otro labrador, quienes se quejan de la falta de dotes y, sobre todo, de las acciones "bárbaras y lascivas" del Comendador.
La tensión estalla cuando el propio Comendador llega y se encuentra con los líderes del pueblo. Su arrogancia se manifiesta de inmediato al exigirles que se sienten, a lo que Esteban responde con dignidad que "De los buenos es honrar, / que no es posible que den / honra los que no la tienen". El Comendador, de forma despectiva y burlona, hace una alusión velada al acoso de Laurencia, la hija de Esteban, lo que provoca la indignación del alcalde, quien le reprocha su "libremente" hablar. El Comendador, irritado, lo llama "villano elocuente" y niega que los villanos tengan honor, comparándolos despectivamente con "freiles de Calatrava". Cuadrado insiste en que "Lo que decís es injusto; / no lo digáis, que no es justo / que nos quitéis el honor", y Esteban advierte que "En las ciudades hay Dios, / y más presto quien castiga". El Comendador, furioso, los expulsa de la plaza.
En privado, el Comendador se desahoga con Flores y Ortuño, expresando su ira por la afrenta de Frondoso, quien le puso una ballesta al pecho, y jura vengarse. También se revela su continua lascivia, ya que pregunta por Pascuala, Olalla e Inés, las cuales, a pesar de las negativas o burlas, son víctimas de sus pretensiones. El Comendador, con cinismo, confiesa su desdén por las mujeres que se entregan fácilmente: "A las fáciles mujeres / quiero bien y pago mal".
La narración se ve interrumpida por la llegada urgente de Cimbranos, quien trae noticias de la derrota en Ciudad Real. El Maestre de Calatrava ha sido cercado por las tropas de los Reyes Católicos, y la ciudad está a punto de caer. Cimbranos insta al Comendador a actuar de inmediato, pues "Ciudad Real es del rey" . El Comendador, aunque derrotado, se prepara para marchar.
Mientras tanto, en la villa, Laurencia, Pascuala y Mengo huyen de los criados del Comendador. Laurencia lamenta que el Comendador "no nos deja a sol ni a sombra" y Mengo recuerda el acto heroico de Frondoso al defenderla. Laurencia, conmovida por esta valentía, admite: "desde aquel día / los miro con otra cara". Mengo compara al Comendador con "Heliogábalo", un tirano vicioso, y lo describe como "más que una fiera inhumano".
La crueldad del Comendador se manifiesta directamente cuando Jacinta llega pidiendo auxilio, siendo perseguida por los criados. Laurencia y Pascuala la abandonan, pero Mengo, con una valentía conmovedora, se interpone, declarando: "Yo sí lo tengo de ser, / porque tengo el ser y el nombre. / Llégate, Jacinta, a mí", aunque solo cuenta con piedras para defenderla. El Comendador, al llegar, ordena que lo aten con su propia honda y lo azoten sin piedad, hasta que "salten / los hierros de las correas", a pesar de las súplicas de Mengo por "¡Piedad, pues sois hombre noble!". Después, se lleva a Jacinta, ofreciéndola como "bagaje / del ejército" a sus soldados, ante lo cual ella solo puede apelar a la "justicia divina".
En un respiro de la opresión, Laurencia y Frondoso se encuentran. Frondoso le reitera su amor y Laurencia, conmovida por su coraje, acepta su propuesta de matrimonio, instándole a hablar con su padre, Esteban. Los alcaldes Esteban y Alonso, junto a Juan Rojo y Cuadrado, lamentan los azotes de Mengo y el rapto de Jacinta. Frondoso, entonces, pide la mano de Laurencia a Esteban, quien, conmovido por su amor y celo por el honor, la concede con alegría, viendo en ello una restauración de su honra: "Agradezco, hijo, al cielo, / que así vuelvas por mi honor". Tras la bendición de Esteban, Laurencia acepta la propuesta, y Frondoso expresa su inmensa alegría: "¡Cómo si lo estoy! ¡Es poco, / pues que no me vuelvo loco / de gozo, del bien que siento!".
La boda se celebra con cantos y bailes, pero la felicidad dura poco. El Comendador y el Maestre, derrotados en Ciudad Real y humillados por los Reyes Católicos, irrumpen en la celebración. El Comendador, aún resentido por la afrenta de Frondoso, ordena su arresto, acusándolo de haber atentado contra un miembro de la Orden de Calatrava. A pesar de las súplicas de Pascuala y el valiente Esteban, quien lo enfrenta argumentando que "si vos pretendéis / su propia mujer quitarle, / ¿qué mucho que la defienda?", el Comendador no cede. Esteban le advierte que "Reyes hay en Castilla / que nuevas órdenes hacen / con que desórdenes quitan" y critica a los "hombres tan poderosos / por traer cruces tan grandes".
Como castigo por su desafío, el Comendador le quita la vara de alcalde a Esteban y lo golpea con ella. Finalmente, el Comendador ordena que se lleven a Laurencia, transformando la boda en un "luto" y dejando a los aldeanos sumidos en la desesperación y la indignación, mientras Mengo recuerda con amargura sus azotes. El acto concluye con la promesa de justicia divina resonando en el aire.
Blas Molina