El esclavo del demonio (II)
de Antonio Mira de Amescua
El esclavo del demonio (II)
de Antonio Mira de Amescua
En el Acto Segundo, vimos como Don Gil y Lisarda, tras haber abandonado la moral y la virtud, se entregan a una vida de crimen y desenfreno. Convertidos en bandoleros, desafían las normas sociales y religiosas, cometiendo toda clase de delitos sin remordimiento. En su búsqueda de poder y placer, Don Gil firma un pacto con el demonio, entregando su alma a cambio de satisfacer su pasión por Leonor, la hermana de Lisarda. Sin embargo, la corrupción de su espíritu lo lleva a un estado de desesperación, mientras Lisarda, tras un intento fallido de venganza, comienza a cuestionar su camino y muestra los primeros signos de arrepentimiento.
Acto III. Entre el infierno y la misericordia.
La escena se inicia con Leonor y Beatriz, donde Leonor confiesa haber estado en peligro de amar a un "forastero" (el Príncipe de Portugal), reflexionando sobre la diferencia entre el amor divino y el amor humano, este último lleno de celos, cuidados y desdichas. Marcelo interrumpe para insistir en que Leonor, a pesar de su inclinación religiosa, debe casarse, especialmente ahora que su "inobediente y desastrada hermana" (Lisarda) falta. Le informa que espera a Don Sancho para casarla con él, y Leonor, siempre obediente, acepta.
La tensión aumenta con la llegada de un grupo de labradores que traen presos a Don Diego y Domingo, capturados tras buscar bandidos en la sierra. Don Sancho, presente en la escena (inicialmente sin identificar claramente su disfraz), presenta a Don Diego como el "homicida / de la bella Lisarda", noticia que supo en el camino. Afirma que Don Diego ha fingido locura. Marcelo, al ver a Don Diego, explota en dolor y rabia, sintiendo que sus heridas sangran al tenerlo delante. Acusa a Don Diego de haberle quitado "dos vidas", sus hijos, comparándose con un padre al que le "reventó" la sangre al ver al homicida que lo mató "dos veces". Exige que le devuelva a su hija.
Leonor y Beatriz se unen a la acusación. Don Diego, en un discurso que parece oscilar entre la defensa y la aparente locura, menciona figuras trágicas como Herodes o Bruto, acusa a Marcelo de ser su "proprio enemigo" y de haber dado muerte a Lisarda "por no casarla conmigo", creyendo que actuó como "ministro de tu castigo". Marcelo insiste en que finge locura para librarse, pero añade que es verdad que está loco si, siendo culpable, se entrega a sus captores. Promete venganza, no solo por su hijo y su hija perdidos, sino para proteger a Leonor, temiendo que la "condición tirana" de Don Diego lo lleve a matar también a la otra hermana si lo perdona. Don Diego replica que Marcelo la mataría si un noble quisiera casarse con ella, comparándolo con una "fiera" o un "búho" que se come a sus propios hijos, contrario al pelícano que da su sangre por ellos. Domingo, intentando ayudar, confirma que Don Diego mató a Lisarda, pues él mismo se lo contó. Leonor señala que Don Diego lleva puestas las sortijas de su hermana como prueba, lo que Marcelo interpreta como un insulto y confirmación de su maldad. Marcelo ordena encadenarlos en la torre, considerando que quitar una vida "de virtud" es caridad. Don Diego se resiste violentamente, mientras Don Sancho y Marcelo lo acusan de seguir fingiendo. Son llevados presos.
Tras la confusión, Don Sancho pide besar la mano de Marcelo, pero Leonor se niega, diciendo que no quiere compartir su "mano y voluntad" con el "forastero" (el Príncipe), aludiendo al episodio de la banda partida del acto anterior. Don Sancho lamenta que él dio la mitad del favor, mientras ella se lo dio "entero" al otro. Leonor lo insta a hablar con su padre, pero Don Sancho quiere "examinar su fe", temiendo al "forastero".
La escena cambia dramáticamente con la entrada de Arsindo, un labrador, que trae a Lisarda vestida como esclava, con el rostro herrado y la inscripción "Esclavo de Dios" en la cara. Lisarda no quiere ser reconocida, viendo el hierro como penitencia por su "yerro".
Compara su vida anterior con una "vida errada y loca" y espera que el "yerro" le salga "a la boca" (en una confesión pública de su dolor) para sanar. Arsindo nota que la crueldad la ha desfigurado como la muerte. Lisarda obedece y pide a Dios no ser reconocida mientras hace penitencia. Arsindo se siente como Judas al venderla. Ofrece vender al "esclavillo" por treinta escudos. Asegura que, aunque el hierro es excesivo, no es ladrón ni fugitivo, sino "humilde y de buen trato", y que fue herrado no por ser malo, sino "para que malo no sea". Leonor se conmueve y quiere comprarlo para quitarle la cadena. Marcelo se interesa y pregunta su nombre. Lisarda responde: "Pecador". Marcelo comenta que es valorado en poco. Lisarda responde con humildad y sabiduría, comparando su precio con el de Cristo. Al preguntarle por qué fue herrado, Lisarda responde: "Por los yerros que cometo". Confiesa haber sido mala pero promete no serlo más. Dice que su seguridad será "El mejorarme de dueño". Admite haber huido "Una vez no más" y haber sido ladrón, "No pequeño", pero promete no serlo "Jamás". Leonor nota su humildad al confesar. Marcelo pregunta qué tiene escrito en la cara, y Leonor lee: "Esclavo de Dios". Marcelo reconoce su dueño infinito y duda si comprarlo si es de Dios. Lisarda dice que lo será "si me compras". Al preguntarle si ha sido de otro, Lisarda responde: "Quien libre ha vivido / esclavo de Dios no fue". Sobre qué sabe hacer, responde: "Sufrir, / obedecer y callar". Marcelo lo compra. Lisarda besa sus pies y le pide que pase por encima, mostrando una humildad que conmueve a Leonor y Beatriz.
Mientras tanto, Don Gil, acompañado de sus esclavos, reflexiona sobre su vida. Se confiesa cansado de las "acciones del pecado", no del gusto de cometerlo. Enumera sus crímenes recientes: matar labradores, forzar mujeres, saltear pasajeros, aprender hechizos. Se reconoce "discípulo... y esclavo / de buen señor" que le enseña "caminos anchos". La costumbre lo impulsa a robar aunque no necesite. Se encuentra con el Príncipe de Portugal (aún sin revelar su identidad completa) y Don Rodrigo. El Príncipe explica que iba a visitar a Don Gil Núñez de Atoguía en Coimbra, famoso por su santidad, pero al llegar lo halló desaparecido, ya sea "arrebatado" al cielo como Elías o retirado a hacer penitencia. Don Gil se revela: "Si a don Gil hallar pretendes, / le hallarás hecho ermitaño / de una vida extraordinaria". Ante la alegría del Príncipe, Don Gil le insta a no espantarse y describe su vida actual: "huye del favor del cielo / perdiendo el bautismo sacro; / roba a todos los que pasan / y mata a muchos robados; / mujeres fuerza y desea / juntamente". Al asombro del Príncipe, Don Gil le dice: "Pues con él estás hablando". Justifica su caída explicando que muchos, incluso santos al principio, cayeron, mientras otros grandes pecadores se redimieron. Afirma que "Hasta morir no hay seguro", solo Dios conoce a los predestinados. Un pecado abre la puerta a muchos. Perdió la gracia, Dios lo soltó, y ahora roba, fuerza y mata. No quiere el nombre de santo y pide al Príncipe que publique su "desengaño". Le exige la cadena y los caballos como prueba. El Príncipe y Don Rodrigo, consternados por el "extraño caso", se marchan. Don Gil se reconoce como "un pecador obstinado" y se lamenta por ello.
El demonio Angelio aparece para consolar a Don Gil. Se presenta como su dueño y maestro, señor de dos mundos. Para animarlo, le describe una ciudad fantástica, compuesta por lo mejor de las grandes ciudades de Europa, y ofrece riquezas ilimitadas. Le dice que no se preocupe por el alma. Don Gil rechaza la oferta, prefiriendo su vida actual de crímenes en las montañas. Solo exige que Angelio cumpla su parte del pacto: entregarle a Leonor, a quien ama y desea. Angelio acepta, diciendo que ya la ha traído a pesar de su virtud. Presenta a Leonor, instando a Don Gil a "Llega, habla, goza, gusta". Don Gil, fascinado, se dirige a ella, pero al ir a abrazarla, lo que aparece es la Muerte. Angelio comenta que es propio del pecado parecer feo después de ejecutado. Don Gil, horrorizado, lamenta haber dado su alma por una ilusión. Reconoce que la belleza y los placeres mundanos son "cosa incierta", "flor del campo", "bien prestado", "tumba de huesos cubierta". La belleza se marchita porque el pecado es fuego. Angelio le confirma que los gustos de esta vida "no tienen más existencia" y que él le dio lo mismo que da "siempre a los demás" : bienes "aparentes", no "existentes" como los de Dios.
Desde dentro, una Voz (de Dios) llama a Don Gil: "¡Hombre, ah, hombre pecador! / Tu vida me da molestia. / ¡Muda la vida!". Don Gil reconoce la voz de Dios, pide ser librado de sí mismo y promete arrepentirse. Angelio se alarma. Don Gil lo acusa de engaño. Angelio le muestra su "propia figura" que se convierte en una figura de demonio. Don Gil, aterrorizado, teme la pena de su locura, habiendo dejado a Dios (extremo de la hermosura) por el otro extremo.
Reconoce que era libre con Dios, ahora es cautivo con el demonio. La visión le muestra "esclavo soy, pero cúyo". Aunque niega el poder del demonio, que solo viene de Dios, confiesa que le faltó "caridad" y que hizo todo lo que su dueño le mandó. Usando la metáfora bíblica del alfarero, pide a Dios que lo haga un nuevo vaso, huyendo de su "malo y feo" dueño, decidiendo no decir más que es suyo.
Reconoce haber negado a Dios, la Virgen, el bautismo, la fe, la Iglesia, los santos, el cielo. Solo no negó a su Ángel de la Guarda, a quien pide interceder. Se arrodilla y suplica a los Ángeles que lo rescaten y borren la escritura. La visión desaparece, y se escucha una batalla aérea entre un Ángel y el Demonio. Un Ángel triunfante aparece con un papel y le entrega la "cédula" (el contrato). Don Gil la toma, declarando: "Esclavo fui del diablo, / pero ya lo soy de Dios". Alegre, adora a Dios por haberlo redimido dos veces. Se come el papel. Una voz (del Ángel o de Dios) le dice que, ya que su pecado fue asombroso, su penitencia también debe serlo.
En la torre, Lisarda sufre bajo la custodia de Riselo, quien la maltrata, acusándola de hipocresía en sus rezos. Lisarda acepta los golpes con alegría, deseando más trabajos como penitencia. Cree que su rostro desfigurado (por el sol o el pecado) le permite no ser reconocida. Encerrados cerca están Don Diego y Domingo. Creen oír el alma de Lisarda en pena. Lisarda se lamenta y culpa a Don Diego por su desgracia. Don Diego, pensando que es un espíritu, pide perdón. Lisarda, reconociendo su voz, también le perdona. Don Diego le explica que no la deshonró esa noche, sino que Don Gil, al predicarle, cambió su intención y se fue, lamentándolo. Al oír que Don Diego será ejecutado por Marcelo, Lisarda se da cuenta de su inocencia y de que su padre lo matará solo por culpa de ella. Reza pidiendo que el dolor y el cuidado del pecado la maten, deseando sentir tanto el haber ofendido a Dios que su corazón se derrita en llanto y muera de dolor. Riselo la saca para trabajar. Lisarda, llamando a su cadena "compañero amado", lo sigue.
El Príncipe de Portugal regresa a la aldea, enamorado de Leonor, decidido a casarse con ella a pesar de los consejos de Don Rodrigo. Marcelo lo recibe. El Príncipe le entrega una carta falsificada de "Don Sancho" (que él mismo ha escrito o provocado), donde el Príncipe Don Sancho recomienda al portador (el verdadero Don Sancho) y pide la mano de Leonor para él. Marcelo cree que está hablando con Don Sancho, aunque el Príncipe se identifica aparte como el Rey. Marcelo se queja de que el Príncipe haya usado esta estratagema, ya que esperaba a Don Sancho para casarlo con Leonor, ahora que Lisarda está muerta. El Príncipe aprueba el deseo de Marcelo de castigar a Don Diego. Marcelo presenta a Leonor a quien cree que es Don Sancho. Sin embargo, el verdadero Don Sancho también aparece, y la situación se complica. Hay dos "Don Sanchos". El Príncipe (disfrazado de Don Sancho) pide la mano de Leonor. Don Sancho (el verdadero) lamenta que el amor le ordena la muerte. Leonor, conociendo los engaños del Príncipe del acto anterior, lo acusa de burlarse de nuevo. Marcelo le dice que hable con "Don Sancho", refiriéndose al Príncipe. El verdadero Don Sancho intenta explicarle a Leonor que él es Don Sancho. El Príncipe se dirige a Marcelo como "Don Sancho de Portugal" y su suegro. Leonor insiste en que es un truhán que se burla. El verdadero Don Sancho protesta, defendiendo su identidad y derecho a Leonor. La confusión se resuelve con la llegada de Riselo, anunciando la muerte del padre del Príncipe, el Rey Alfonso, y la llegada de emisarios a buscar al Príncipe. El Príncipe revela su verdadera identidad a Marcelo: "Tu Rey soy; ¿qué dudas? Llega". El verdadero Don Sancho es el primero en jurarle obediencia. El Príncipe anuncia que piensa ser yerno de Marcelo y pide la mano de Leonor. Leonor acepta, diciendo que ya que tuvo una hija desdichada, ahora tendrá una dichosa.
Finalmente, Don Gil, vestido con un saco de penitencia y soga al cuello, entra con Don Diego y Domingo. Se dirige al Príncipe (ahora Rey), Marcelo y Leonor, pidiendo que le den la muerte a él, no a Don Diego. Confiesa ser el "más grave pecador", esclavo del demonio, que cometió horribles delitos, forzando doncellas. Contrasta su soberbia pasada con su humildad actual, lo que le permite que el cielo le revele sus secretos. Anuncia el destino de Lisarda: fue "inobediente" pero su obediencia llegó a ser tanta que se hizo esclava de su padre y Dios la tiene encubierta. Su dolor fue tan grande que "hoy de dolor quedó muerta", llorando la culpa cuya pena él merece. Afirma que él fue la causa de su daño, no Don Diego. Dice que Lisarda está perdonada por Dios y absuelta por su dolor, y que debe ser llamada "María, la pecadora". Revela que su cuerpo está elevado entre las murtas del jardín y que su alma vuela al cielo por su penitencia. Él, avergonzado, confiesa públicamente sus culpas, cumpliendo el mandato divino. Anuncia su intención de entrar en la primera religión de España (los Dominicos, por la saya blanca y capa negra) para que su penitencia asombre. Se va. Marcelo, preguntando si Lisarda está muerta, mira hacia un lado. Una tramoya descubre a Lisarda, muerta, arrodillada, con un Cristo y una calavera en un jardín, con música. Marcelo confirma la verdad, notando que está más hermosa muerta que en vida. Leonor ve que no tiene las cadenas. Marcelo lamenta su maldición, pero reconoce que fue dichosa si Dios la transformó. Perdona la vida a Don Diego. Don Diego y Domingo expresan alivio y asombro. El Príncipe ordena dar sepultura a Lisarda y que la nueva reina vaya a su corte, dando fin a esta "historia verdadera". El cuerpo de Lisarda es cubierto y llevado.
Termina así la obra, con la redención y muerte en santidad de Lisarda a través del dolor y la penitencia, la salvación in extremis y el camino de penitencia pública para Don Gil, la clemencia concedida a Don Diego al ser exculpado, y la elevación social y matrimonio de Leonor con el Príncipe de Portugal. La última frase destaca el poder de la penitencia y la misericordia divina, incluso para los mayores pecadores.
Blas Molina