La dama duende (II)
Comedia de Pedro Calderón de la Barca
La dama duende (II)
Comedia de Pedro Calderón de la Barca
El recién llegado Don Manuel es invitado a la casa de su amigo Don Juan en Madrid. El conflicto se desata inmediatamente cuando Don Manuel interrumpe su camino por proteger a una misteriosa y apurada dama tapada, lo que resulta en un duelo involuntario con su futuro anfitrión, Don Luis, quien hiere al huésped. A través del ingenioso debate entre Don Manuel y su criado Cosme, se revela que la casa oculta a Doña Ángela, la hermana viuda y confinada de los anfitriones, quien utiliza un armario secreto para entrar a hurtadillas en el cuarto de Don Manuel. La nobleza y galantería del huésped son puestas a prueba por una intriga amorosa marcada por el estricto secreto y la ocultación, atribuyendo a un duende las travesuras causadas por Doña Ángela.
Jornada Segunda. Confesión y fuga de Ángela.
La Jornada Segunda arranca con Doña Ángela relatando a Doña Beatriz (quien se ha hospedado en la casa debido a un disgusto familiar) los acontecimientos de la noche anterior con el huésped, Don Manuel. Ángela explica cómo logró pasar a su cuarto a través de la frágil alacena que sirve de pasadizo secreto y cómo, tras dejarle una nota, recibió una respuesta a la mañana siguiente. Ángela lee el escrito de Don Manuel, en un estilo galante y arcaico que imita a los caballeros andantes: “Fermosa dueña, cualquiera que vós seáis la condolida deste afanado caballero... ruego vós me queráis facer sabidor del follón mezquino, o pagano malandrín, que en este encanto vos amancilla... El Dador de la Luz vos mampare, e a mí non olvide. El Caballero de la Dama Duende”. Ángela confiesa su intención de seguir adelante con el juego, fascinada por el “cortés y galante / estilo” de Don Manuel.
La conversación se interrumpe con la llegada de Don Juan, quien acoge a Beatriz. Don Juan comenta que su felicidad se deriva de los pesares de Beatriz, comparando el efecto del amor al veneno y la triaca de un áspid: “bien como el áspid, / de quien, si sale el veneno, / también la trïaca sale”. Beatriz le corresponde con cumplidos igualmente ingeniosos, viendo la casa de Don Juan como “una esfera de diamante, / hermosa envidia de un sol / y capaz dosel de un ángel”. Don Juan bromea con Ángela, sugiriendo que ha traído una huésped para vengarse de él, poniéndole en “cuidado semejante” al que ella siente por Don Manuel. Ángela afirma que su intención de desquitarse es real, “porque de huésped a huésped / estemos los dos iguales”.
Ángela revela entonces la verdadera motivación detrás de sus travesuras: ha llegado a sentir celos porque Don Manuel “el retrato guarde / de una dama”, y está determinada a verlo. Cuando Beatriz le pregunta por qué Don Manuel, siendo tan “entendido”, no ha descubierto el simple secreto de la alacena, Ángela recurre a una analogía: “Las grandes dificultades / hasta saberse lo son, / que sabido, todo es fácil”. Ángela planea un método para que Don Manuel la vea sin revelar su identidad ni que sus hermanos lo sepan, pero la llegada de Don Luis interrumpe la explicación.
Don Luis, consumido por la pasión por Beatriz, la detiene para reprocharle su desdén, prometiendo persistir en su amor solo por venganza: “tengo de quererte / por solo tomar venganza”. Con un verso cargado de drama, le asegura: “cuando más me aborrezcas / tengo de quererte más”. Beatriz lo rechaza cortésmente, y Ángela le aconseja que olvide, pues “querer aborrecido, / es morir y no querer”.
Posteriormente, Don Luis confía a su criado Rodrigo sus celos, lamentando que el cielo le traiga problemas a casa: “los cielos / me traen a casa mis celos, / porque sin ellos no esté”. En ese momento, Don Manuel aparece para comunicar que debe salir de Madrid esa misma noche hacia El Escorial por asuntos de importancia. Don Luis, sin saber que habla de la mujer que Don Manuel defendió, le describe su propia situación amorosa: la dama de quien está enamorado huye de él e incluso le pidió a otra persona que detuviera su persecución. Don Manuel, tras escuchar esto, ata cabos: resuelve que la dama que se le aparece no es amante de Don Luis y que, si bien su enigma se aclara en un aspecto, se vuelve más “crüel” en otro: si no vive en la casa, “¿cómo así / escribe y responde?”.
Don Manuel se retira a escribir antes de partir, y Cosme, aterrorizado por el fenómeno, se dispone a llevarle luz, rogando al ser misterioso con versos: “Señor Dama Duende / duélase de mí, / que soy niño y solo, / y nunca en tal me vi”. Mientras Don Manuel se ausenta brevemente, Isabel entra por la alacena con un azafate (cesto de ropa) para Don Manuel. Cosme regresa al cuarto y, en la oscuridad, Isabel le da un golpe para apagar la luz y escapar. Don Manuel entra de inmediato y atrapa a Isabel, pero ella logra deslizarse, dejando solo el azafate en sus manos.
El azafate contiene ropa blanca y otra nota, donde la dama asegura que no puede ser la dama de Don Luis y reitera que se verán pronto. Cosme, con su humor característico, se queja de la diferencia en el trato, asegurando que el duende es parcial: “Para ti solo, señor, / es el gusto y el provecho; / para mí el susto y el daño; / y tiene el duende, en efeto, / para ti mano de lana, / para mi mano de hierro”.
Don Manuel y Cosme salen de la habitación para despedirse de Don Juan, pero Cosme olvida los papeles importantes de Don Manuel. Deciden volver a entrar sin hacer ruido, en la oscuridad, para recuperarlos. Mientras tanto, Ángela e Isabel aprovechan el silencio para entrar de nuevo por la alacena. Ángela, decidida a robar el retrato de la otra dama, enciende una luz oculta en una linterna, la coloca sobre una mesa, y se sienta de espaldas. Don Manuel y Cosme la ven. Don Manuel queda atónito ante la belleza de la figura. Cosme sigue con su burla, llamándola “mujer diablo” y “patudo”.
Cansado del engaño, Don Manuel se acerca y la sujeta, resuelto a “ver / si sé vencer un encanto”, sin importarle si es “Ángel, demonio o mujer”. Ángela, al verse atrapada, recurre al dramatismo y finge ser un espíritu, advirtiéndole que no la toque o perderá la “mayor dicha que el cielo / te previno por merced”. Don Manuel insiste en que ella es mujer, pues mostró miedo. Temiendo que la hiere con la espada, Ángela confiesa que es “una infelice mujer” y le pide que cierren las puertas para evitar ser descubiertos.
Mientras Don Manuel y Cosme salen a asegurar las cerraduras, Isabel abre la alacena y advierte a Ángela que su hermano la busca. Ángela escapa rápidamente, dejando la duda en pie. Cuando Don Manuel regresa, encuentra el cuarto vacío una vez más, cayendo en una confusión total: “como ilusión se deshizo, / como fantasma se fue”. Cosme concluye que ella es una “mujer diablo”, argumentando que “pues la mujer es demonio / todo el año, que una vez / por desquitarse de tantas / sea el demonio mujer”. La jornada concluye con Don Manuel, a pesar de la confusión, negándose a creer en fantasmas, pero sin poder explicar la desaparición, mientras se apresura a cumplir su misión en El Escorial.
Blas Molina